Por Eduardo Nabal
A fuerza de no haber visto otros reputados trabajos del realizador chileno Sebastián Lelio (Gloria, Una mujer perfecta), al enfrentarme a un filme como Desobediencia he de señalar que estamos ante una película más que interesante, con una elegante factura fílmica y que se apoya en el triángulo interpretativo formado por Rachel Weiz, Rachel McAdams y Alexandro Nivola, los tres dando lo mejor de sí mismos en situaciones donde no siempre con igual fortuna se mezcla el amor, la mentira, los silencios y el descubrimiento.
A pesar de que el relato se vuelve forzosamente melodramático al estar situado en una comunidad judía ortodoxa y hermética, se toma su tiempo para mostrar el amor entre las dos protagonistas, un amor entre dos mujeres abordado sin sensacionalismo y sin tapujos, aunque con un final poco convincente.
Es posible que el último tramo de la película esté un poco alargado con las idas y venidas de ese personaje femenino que vuelve al lugar donde creció con motivo de la muerte de su padre, un ilustre rabino, pero el realizador ha conseguido una madurez expositiva que impiden cualquier atisbo de aburrimiento en este drama familiar e historia de amor contracorriente. Es posible que la factura visual, en tonos oscuros y otoñales, de Desobediencia, así como, sobre todo, algunas trampas argumentales, la hagan un filme imperfecto más cercano al cine independiente estadounidense o al cine inglés de ‘qualité’ que a la obra de un autor chileno, dejando en el camino muchos signos de autoría. Pero Lelio se toma su tiempo en la descripción de los ambientes, la comunidad y en mostrar la ambigüedad que arrastran casi todos sus personajes, entre las presiones sociales y el amor pasional- mostrado sin tapujos-, la verdad y las normas de un entorno cerrado y opresivo.
Aunque las dos actrices logran superar la dificultad de sus personajes al límite, el gran talento de Desobediencia vuelve a ser el siempre excelente Nivola, que mezcla la sutileza y la represión, con una gran fuerza expresiva y sin el menor aspaviento interpretativo.
Tal vez algunas secuencias no logran combinar del todo la tensión y la ironía, la elegía fúnebre y el renacimiento de un amor adormecido, pero Desobediencia, a pesar de su aparatoso desenlace, es un filme sólido, rodado con inteligencia, una evocadora fotografía en tono grisáceo de Danny Cohen y con un guión astuto. Una muestra de que un realizador chileno en su primera película rodada en inglés puede elevarse por encima del cine ya rodado, puede superponer su talento a las limitaciones de la industria y la historia dotándola de fuerza.
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