Por Eduardo Nabal
Thelma, de Joachim Trier, es otra muestra de que las cinematografías de países dispares están tomando el relevo en lo que un día se llamó ‘queer cinema’. Las cosas son algo más complejas, porque a pesar de su historia de amor lésbico entre dos jóvenes, Thelma es ante todo una historia de terror gótico, despertar adolescente, fantasía con altas dosis de morbo y una cuidadosa puesta en escena del director noruego.
El cine de Trier (Oslo Agosto 91, El amor es más fuerte que las bombas) es un cine estéticamente elaborado y psicológicamente tendente a lo depresivo y pesimista, aunque con altas dosis de inteligencia a la hora de manejar a sus personajes en situaciones por las que se ven superados. En esta ocasión cede a algunas convenciones de la narración de ‘terror gótico’, sembrado por las sombras de lo sobrenatural, el desequilibrio psíquico, el drama familiar y la religiosidad cristiana.
Trier salva de la misteriosa sucesión de desapariciones que provoca su enigmática protagonista la historia de amor entre Thelma y otra joven llamada Anja, con la que comparte a la vez su mundo real, sensual e imaginario, en el que el ensueño, la realidad y lo siniestro aparecen de forma alterna.
Los escenarios son una universidad algo impersonal, la claustrofóbica casa los padres de Thelma, las pequeñas fiestas donde se reúnen los jóvenes estudiantes y las consultas de esos médicos que tratan de buscar una explicación racional a los delirios pasajeros de la protagonista, un encomiable trabajo de Elili Harboe, a disposición de una composición cuidada de los encuadres y una atención sutil a los elementos que acercan el filme a ‘lo siniestro’ y ‘lo inexplicable’, sin abandonar una refinada elegancia interna.
Trier salva a Thelma gracias a su amor por Anja, la única que vuelve del abismo después de que Thelma, haya sembrado el caos familiar con sus misteriosos poderes. En este sentido estamos ante un filme transgresor en el que el lesbianismo de su protagonista choca con una educación cristiana estricta pero también, y aquí el filme se vuelve algo endeble en su mensaje, con la barrera del horror sobrenatural.
Visualmente exquisita, puede que el argumento no nos convenza, pero estamos ante una apuesta valiente de un director de merecido prestigio a pesar de tener solo cuatro películas en su haber, dispuesto a la inmersión en los más misteriosos lugares de la mente humana en una sociedad fría e impersonal. La homosexualidad reprimida ya estaba presente en menor medida en Oslo 31 de Agosto, ahogada por corrientes depresivas solo en este su filme mas irreal y desbocado, donde el amor lésbico aparece como un elemento positivo.
No estamos ante un filme reivindicativo sino ante un thriller sobrenatural, con un toque ‘bizarre’ y poético donde la pasión entre dos mujeres salva a una joven de una situación marcada por el frío, las sombras y la nada.
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