Diego Falconi: «Había que pensar cómo localizar y des-loca-lizar la etiqueta ‘gay’ en Latinoamérica»

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Por Eduardo Nabal

 

Diego Falconi Trávez (Quito, 1979) es abogado con enfoque en derechos humanos y doctor en teoría de la literatura y literatura comparada. Profesor de Letras de la Universitat Autònoma de Barcelona y de Derecho en la Universidad San Francisco de Quito. Sus líneas de investigación giran en torno al comparatismo y análisis literario, el derecho y la normatividad, los estudios gays, lésbicos y queer/cuir, las teorías pos/decoloniales y los estudios andinos, áreas donde cuenta con varias publicaciones individuales y en co-autoría. Es premio Casa de las Américas 2016 en categoría de ensayo. Acaba de editar la compilación de trabajos reunidos bajo el título de Inflexión marica. Escrituras sobre el descalabro gay en América Latina.

 

EDUARDO NABAL.- Inflexión marica tiene un nexo de unión muy claro: el fracaso de la etiqueta ‘gay’ en el sentido neoliberal, racista y colonialista, a través de ejemplos, situados en distintos países latinoamericanos, donde las vivencias y experiencias personales o colectivas superan o no se ajustan a los parámetros tradicionales. Del punk callejero al postporno racializado, pasando por la seropositividad, la discapacidad, la peculiaridad de cada lugar y elementos que supongo no ha sido fácil de reunir. Del ensayo a la poesía. ¿Cuál y cómo fue el proceso de selección, si podemos llamarlo así.

DIEGO FALCONI.- Comencé este proyecto editorial al constatar en varios espacios (el artístico, el activista y, sobre todo, el académico, que es mi primordial campo de acción) cómo la etiqueta gay que se asume ahora tan globalmente para definir a cientos de millones de personas tiene en verdad muchas fisuras y contradicciones que han generado respuestas críticas a las ocultas designaciones de este término que, en muchas ocasiones, viabiliza nuevas formas de desigualdad. Esto me motivó a proponer una convocatoria que ayudase a pensar la globalización de esa etiqueta y la posibilidad de loca-lizarla o des-loca-lizarla en América Latina y sus diásporas. El proceso de selección de textos se llevo a cabo a través de una convocatoria pública difundida especialmente en espacios académicos o con un discurso crítico desde el género. Aunque también hubo peticiones individuales para que personas del arte comprometido o el activismo pudieran escribir, para intentar tener un texto polifónico, con varias voces que complejicen ese registro maricotortillero latinoamericano. Aunque todo proyecto como este siempre quedará incompleto por la colosal realidad latinoamericana, región con la cual me identifico políticamente. Creo que es un intento interesante para ver cómo las etiquetas a veces no son suficientes para las posibilidades insertas en los cuerpos.  

E. N.- ¿Podemos hablar de visiones diferentes de lo gay o lo queer dependiendo de los países que lo abordan o es una cuestión más compleja?

D.F.- Es innegable que los movimientos LGBTI han dado una internacionalización fundamental para ciertas identidades que han podido acceder a derechos históricamente negados. Los estudios y prácticas queer también han sido muy importantes al momento de plantear críticas desencializadoras con nuevas miras políticas. Me parece que desde luego han existido y existen adaptaciones de lo gay y lo queer, más aún en un área como la latinoamericana que por su ubicación geopolítica y por su historia marcada por la colonialidad ha debido traducir culturalmente una serie de términos originados en el primer mundo para tener acceso a derechos y para poder plantear su propia agenda. No obstante, sería muy fácil hablar de que esta traducción resuelve la problemática de la diferencia y la disidencia sexual a través de una adaptación simple: ‘gay latinoamericanx’, que desconoce cuestiones como la raza; o ‘queer latinx’, que muchas veces no asume las redes que colaboran con la colonialidad. En América Latina hay una larga tradición de procesos de adaptación y traducción cultural como la antropofagia cultural, la transculturación o la interculturalidad, que dan cuenta de la necesidad de interpelar la traducción, de devorar la traducción e incluso de desconocer la traducción que se busca imponer desde el Norte. Por eso canibalizar lo gay o mariconear lo queer, por ejemplo, son opciones que tienen sentido en la región.

E.N.- ¿Cuál es tu posicionamiento del llamado ‘matrimonio igualitario’?

D. F.- Yo no creo que el matrimonio sea sinónimo de garantía de derechos de familia. De hecho, el matrimonio ha sido garantía solo de un tipo de familia, la heterosexual, en base a presupuestos como la reproducción, la sumisión ante el patriarca, la monogamia. En realidad una legislación verdaderamente justa y consciente de todas las posibilidades éticas del cuerpo debería garantizar las diversas formas de familia y múltiples prácticas de sexualidad y cuidado. El matrimonio solo sería una de las opciones dentro de un abanico de relaciones: parejas no monogámicas, uniones triples, cuádruples, quíntuples, relaciones poliamorosas, etc. por las que deberíamos luchar para tener ordenamientos justos. Ahora bien, entiendo que el matrimonio igualitario es una lucha global actual que a la vez que garantiza derechos para algunas personas ayuda a romper el heterosexismo, aunque sin la complejidad que los deseos humanos merecen. Creo, nuevamente, que hay que apoyar estratégica y críticamente esta institución. Es decir, aplicarla para garantizar ciertos derechos y para romper el monopolio de la familia heteronormada, pero también denunciarla por su protección a ciertas formas de vida tradicionales que reciclan idearios excluyentes y binarios. Cuando escucho campañas como la de love is love, que mezclan amor y matrimonio, siempre me causa un poco de gracia. El matrimonio históricamente no ha sido una institución ‘para asegurar el amor’… lo ha sido para garantizar linajes, patrimonios, ciudadanías. Ese ideal que mira al matrimonio como ‘solidificación del amor eterno’, o el encuentro de la ‘media naranja’, me parece que revive prácticas ideológicas que no defiendo en lo absoluto. Yo estoy orgullosamente casado. Me casé orgullosamente para obtener la ciudadanía española y poder transitar por un mundo inequitativo que, en mi caso, al ser ecuatoriano, me ponía constantes zancadillas para poder ir de un país a otro e incluso para poder vivir en España y Cataluña. Mi compañero tampoco cree en el matrimonio como marco del amor. Pero hemos usado estratégicamente esta institución para articular nuestro proyecto común, tratando de profanarla lo más posible.

E.N.- ¿Existe un abismo entre academia, activismo y artivismo?

D.F.- Me parece que la época actual es, afortunadamente, mucho más promiscua, en cuanto a compartir espacios que crean conocimiento, que la época en la que crecí. Tengo alumnxs en la universidad que vienen del activismo; tengo colegas activistas que hacen arte; cada vez hay más gente del arte que dialoga con colectivos activistas y/o académicos. Esto no significa que se hayan modificado las jerarquías entre estos campos del conocimiento, pero sí hay un diálogo y una contaminación mayor de saberes. Lo que no se ha resuelto, afortunadamente, son las tensiones e interpelaciones entre estos tres campos. Al fin y al cabo, la academia, el activismo y el arte comprometido en el género obedecen, por ejemplo, a los movimientos feminista o al LGBTI que, por definición, tienen subjetividades diversas y ocupan lugares distintos en el campo social. Aunque he visto y presenciado tensiones basadas en la agresividad y el deseo de la anulación de la alteridad entre personas de diferentes campos de acción, la mayoría de interpelaciones que he atestiguado terminan siendo tremendamente productivas para armar discursos y dispositivos más coherentes con las causas y luchas que se defienden. Es decir, claro que hay abismos… pero a veces desde la grieta, desde la fisura es desde donde florece aquello que más vale la pena.

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