Por Eduardo Nabal
La ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, ha decidido que uno de sus objetivos fundamentales es desmontar, prohibir o desacreditar el primer sindicato de prostitutas creado en Barcelona por algunas de las trabajadoras para defenderse no solo de abusos de proxenetas y posibles redes, sino también del estigma y la violencia policial, que campa a sus anchas en barrios como el Raval, objeto de especulación inmobiliaria.
Aunque viniendo del despacho de una ministra del PSOE la medida nos indigna pero no nos sorprende. Lo que más nos asusta al colectivo transmaribollo es la base social que este tipo de medidas tiene entre un sector de la izquierda, esa vieja izquierda que sigue ajena a los muchos matices que existen en ciertos grupos, auspiciando un desconocimiento y unas actitudes paternalistas que durante mucho tiempo hemos tenido que sufrir, de otra forma el colectivo LGTBIQ, o las propias mujeres en los partidos o sindicatos de izquierdas, desoídos/as o consideradas como un todo unitario.
Es cierto que la migración ha provocado un aumento de las mafias, pero también la explotación en otros muchos sectores sociales. Y el racismo. Las prostitutas que no están sujetas a las mafias son las que más sufren el estigma, el acoso callejero, la vigilancia policial, el rechazo vecinal…Pero la posibilidad de dar la voz a las interesadas es negada en esta ocasión, negada la diversidad de las subjetividades transformadoras y de las realidades que no responden siempre al patrón de ‘la trata’ o “’a esclavitud’. En algunos viejos o no tan viejos partidos de la izquierda se sigue oliendo el aroma del viejo feminismo, paternalista, que se llena la bocaza con frases como “vender su cuerpo” o “lo peor que le puede suceder a la mujer” con la retórica, algo cristianoide, de los viejos moralistas.
Para mejorar la situación, desde luego hay que acabar con mafias y trata, pero también eliminar esa visión de la mujer como un ser “menor de edad” al que tutelar y que nunca decide sobre su cuerpo y su vida. Existen muchos ejemplos como para decir que solo hablo de “dos o tres”. Incluso llegan a sindicarse para defender sus derechos o a asociarse en grupos como Hetaira, de larga trayectoria en Madrid, y donde las prostitutas han hablado por sí mismas. A tener de la intervención de la ministra parece que las que más miedo le dan no son las sometidas a explotación, sino aquellas que son capaces de sindicarse, tomar la palabra y reivindicar sus derechos como trabajadoras.
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