Eduardo Nabal
Existe un cierto nuevo y extendido consenso entre un sector de la izquierda y el feminismo, juntos o por separado, en considerar a ‘lo queer’, ellos suelen decir ‘la teoría queer’, como un discurso, en el fondo, algo reaccionario, o no lo suficientemente a “la izquierda”. Incluso hay un libro reciente de un autor que no merece ser mencionado, que acusa a los movimientos por la diversidad sexual y luchas «aisladas» en “dividir a la izquierda”, un debate ya antiguo y superado por conceptos tan ricos como la transversalidad y la interseccionalidad, que hacen que ningún tipo de lucha u opresión pueda concebirse sin la otra.
Pero volvamos al feminismo y su malentendido con la teoría queer o el activismo queer. Esto se basa en parte en el cuestionamiento butleriano de que “el sexo es una construcción social”, algo a lo que no se ve un alcance político rentable o suficientemente visible desde postulados marxistas clásicos, postulados que ya no se utilizan en muchos otros campos. Evidentemente la idea o las ideas que llevan a la conclusión de que el sexo es una construcción social no surgen de ningún despacho o laboratorio sino que surgen de muchos movimientos que han cuestionado y cuestionan el racismo, el clasismo, la transfobia, la lesbofobia, la putofobia, la serofobia, dentro del propio movimiento feminista y LGTBIQ, y es ahí donde vamos acercándonos a la verdad.
Vayamos al grano y observemos los grupos dentro de los partidos, grandes o pequeños que, históricamente, se han destacado por ‘silenciar’ (de forma elegante o violenta) las cuestiones de género y diversidad sexual. El feminismo se ha hecho un hueco dentro de sus talleres, jornadas de formación, escuelas a costa de asumir previamente y proclamar a los cuatro vientos de que se trata de un ‘feminismo de clase’. Nada que objetar a este posicionamiento, pero esto no es más que una afirmación para poder formar parte del círculo revolucionario de siempre, sin cuestionar los postulados jerárquicos y patriarcales que impregnan el conjunto de la sociedad, incluyendo esos partidos de acogida que siguen bebiendo de cierto fetichismo hacia los viejos/nuevos héroes de la Revolución ¿Por qué un feminismo no dependiente de las decisiones de los grandes partidos no puede ser un ‘feminismo de clase’? ¿Qué presupuesto convierte en clasistas en lugar de más inclusivos a los feminismos lesbianos y queers, racializados e interseccionales? Algo suena chirriante en el discurso inmovilista, de trasfondo cristiano, jerárquizado y patriarcal.
La teoría queer plantea la paradoja del sujeto en la Historia, cuestiona la Historia misma, las grietas del sistema, vindica el poder de las microluchas y eso parece dividir dentro de esa gran lucha de clases a ritmo de grandes himnos y las banderas. Sus contrasignos no son reaccionarios sino que son demasiado revolucionarios, porque plantean que allí donde se pretende instaurar un sujeto feminista coherente o un héroe modélico es donde es necesario empezar una ruptura en favor de una multiplicidad de sujetos eclipsados por las grandes causas y los esquemas heredados o gastados.
Las ideas del poder y la resistencia de Foucault, el poder emancipador del postfeminismo pro-sexo, de la performatividad, la ruptura de los binarismos de género, el surgimiento de los feminismos en plural, el activismo radical contra el SIDA, la lucha por la despatologización trans. se ven todavía, por un sector de la izquierda oficial como una amenaza porque se es incapaz de asumir todo su potencial subversivo dentro de una estructura heteropatriarcal levemente transformada, que se perpetúa incluso y, a veces, con especial virulencia, dentro de los discursos progresistas y los partidos que los sostienen.
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