Por Eduardo Nabal
El libro del buen amor va a tener serias dificultades para venderse y habrá que conseguir que llegue al mayor número de personas y lugares posibles. Pero eso es otra historia, como la indiscutible calidad de sus imágenes y sus textos.
Hoy me gustaría escribir con cierta desconfianza en que determinadas batallas puedan ser objeto de museo e incluso de archivo o libro excelente, porque una guerra de guerrillas no se desarrolla pensando en una foto de graduación universitaria, aunque las calidades sean excelentes.
De ahí mi íntimo resquemor hacía un libro magnífico en el que, no obstante, no están todos los que fueron, ni fueron todos los que están, como en una lección de historia bien contada pero llena de los agujeros del transcurso de esa misma historia, con sus omisiones, sus borramientos, sus silencios….
El libro del buen amor es un libro fuera de los circuitos habituales y lleno de memoria y calidades, con sus estupendos ensayistas, pero no representa lo que fue aquella batalla de los noventa, ni sus impulsos positivos, ni sus desastres íntimos. Es un excelente libro queer, pero no creo que los chicos de La Radi ni las Chicas de LSD pensaran en ser congeladas en un volumen ‘de alta calidad’ donde la foto de familia y el olor del papel couché siembran cierta desconfianza, aunque no les reste valor.
Este libro no trata de ser una historia de los grupos queer de los años 90, ni de representar a todas las personas de esos activismos. Trata del futuro, de escuchar nuevas voces, de reflexiones políticas diferentes, sobre el deseo, el feminismo y la revuelta, que cuestionan precisamente los intentos de un archivo cerrado o museístico, y cualquier recreación narcisista en el pasado.
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