Por Eduardo Nabal
El teatro de William Inge carece de la virulencia y la franqueza sexual de las obras de su contemporáneo Tennessee Williams, pero también, desde su extraña dulzura y amarga delicadeza, puso el cuerpo del hombre en el centro de la representación teatral y el deseo femenino como mirilla para el deseo gay en comunidades provincianas, donde los sueños no se cumplen nunca del todo y donde el ‘american dream’ muestra su lado más agrio en personajes que pierden sus, en ocasiones, ridículas o ingenuas ilusiones por el camino.
Masculinidades y feminidades que brillan en su fracaso social como ejemplos y reflejos de una otredad (queer) de soñadores y poetas que perdieron el camino del éxito buscando conservar su autenticidad.
Dramaturgo de éxito en obras como Pic-Nic o Bus-Sop, ambas llevadas al cine, fue también el guionista de Esplendor en la hierba y All fall down, donde se respira ese mismo dulce sabor del fracaso, o al menos del fracaso dentro de los parámetros de la “sociedad del éxito”.
Desde Vuelve pequeña Sheba a Rosas perdidas, los barrios residenciales donde vive gente humilde pero llena de pretensiones son el escenario favorito de algunos de los dramas, comedias y tragedias de un autor que ha sabido dibujar como pocos la melancolía de no alcanzar una meta, pero encontrar el lado mas humanista de unos personajes que ya empiezan a cuestionar con su sola presencia la dictadura del género dominante y bipartito.
Los personajes de Inge descubren amargas verdades, o que sus sueños son de cartón piedra, pero no mueren en la caída sino que se transforman, se reinventan, siguen caminando.
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