‘La séptima función del lenguaje’ o el asesinato de Roland Barthes

Por Eduardo Nabal

Tras su alabado debut con su novela histórica HHhH, sobre el fantasma del nazismo en Europa, Laurent Binet vuelve a demostrar con La séptima función del lenguaje no sólo que es uno de los narradores más hábiles de la literatura francesa contemporánea, sino también su amplio bagaje cultural, que no entorpecen el desarrollo lúdico, sombrío, mordaz y culto de su novela policiaca y su desmitificación de toda una generación de pensadores estructuralistas que, en su forma de afrontar la vida cotidiana, son abismalmente diferentes al calado de su obra en el pensamiento contemporáneo. 

La narración se abre con la misteriosa muerte de Roland Barthes y cómo las pesquisas conducen al comisario Bayard al acercamiento a sus amigos más o menos íntimos, a su homosexualidad oculta, a esos héroes en zapatillas del pensamiento de finales de los setenta y principios de los ochenta que, a su manera, revolucionaron el mundo académico. 

Binet muestra ser un gran conocedor de la filosofía relacionada con la semántica y del pensamiento de intelectuales como Foucault, Kristeva, Derrida, Deleuze, Lacan y otros muchos héroes de la filosofía a contracorriente que ahora, se convierten, cada uno a su manera, en sospechosos de un crimen “intelectual”. 

Barthes entregó a un joven marroquí, que es pronto asesinado, una nota con su tesis sobre la séptima función del lenguaje, que se suma a las seis enunciadas por el semiólogo ruso Roman Jakobson. En esta marea de personajes, a los que se une con fina ironía y algunos tópicos, se dan rasgos certeros sobre la vida privada y pública de pensadores, filósofos y académicos en ciernes y Binet se mueve con soltura y, sin atisbo de temor o reverencia fútil, por los mundos interiores y los gestos sexuales o políticos de estas criaturas, hijos de su tiempo, luchando cada uno o una desde su propia trinchera. 

Entretanto se introducen las figuras de políticos como Mitterrand o Giscard que en una feroz batalla electoral se disputan la presidencia de la república y sólo se valen de estos pensadores como forma de afianzar su prestigio de cara a las nuevas generaciones. Binet narra con feroz sarcasmo el transcurso de un congreso en EE. UU., donde Foucault liga con chicos jóvenes y en el que nuevas voces quieren hacerse notar en el mundo de la filosofía contemporánea. También narra cómo Althusser asesinó a su mujer, fruto de uno de sus delirios y su acercamiento a estos pensadores sin ser sórdido tampoco deja de ser mordaz. 

Binet se mueve con soltura por saunas gays, palacios de congresos, comisarías de policía, habitaciones de hotel y lugares de encuentro donde todos estos seres creen haber encontrado la solución al enigma, siguiendo la pista de la performatividad del lenguaje, enunciada por Austin y seguida por discípulos como Searle. Los investigadores del caso van a Italia a interrogar a Umberto Eco y acaban formándose sus propias opiniones sobre la vida y el pensamiento de estos seres a la vez cercanos y lejanos, unidos y desunidos, eternos buscadores de tesoros y también de una pizca de lugar en el devenir de la historia.  

El autor no resuelve claramente el misterio porque la intriga es el centro de la trama y mezcla el humor negro con los rasgos de poesía en momentos destacados como el funeral de Jacques Derrida. Su libro está dotado de un ritmo impecable, apenas frenado por las disquisiciones de los filósofos y las distintas ramas del estructuralismo de esa época que retrata, con una mezcla de nostalgia y cruel distanciamiento. 

La novela de Binet es un trabajo sorprendente por la habilidad del escritor para fundir lo mundano y lo grandilocuente, la comedia y la tragedia, e indagar, a su manera, en las vidas de esos personajes que condicionaron la filosofía contemporánea, aunque no siempre fueron capaces de salvar sus propias vidas.

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