
La sororidad de los cuerpos subalternos
Por Eduardo Nabal
Inspirándose en una singular novela de Roman Gary, y apoyada en la presencia de la mítica estrella italiana Sofia Loren dando vida con emocional convicción al papel Mama Rosa, el realizador italiano Edoardo Ponti sabe manejar a la perfección en La vida por delante los elementos de comedia social y melodrama intimista, logrando una, algo tramposa, pero, a ratos inteligente y bellamente rodada, reflexión sobre los abusos del poder en el pasado y el presente.
En la costa italiana vive una exprostituta, superviviente del campo de concentración de Auschwitz, que acoge en su cálido hogar a dos muchachos de diferentes culturas y procedencias geográficas, todas marcadas por el fantasma de la inmigración, la intolerancia religiosa y el estigma social. A pesar de las reticencias iniciales y del carácter inestable de esa mujer anciana y de carácter fuerte que interpreta con admirable precisión Sophia Loren, esa mujer, cuyo único amigo verdadero es un anciano médico, empezará una relación especial y marcada por el la confianza y el afecto con el joven senegalés al que da vida Ibrahima Guye, que se dedica con éxito al tráfico de drogas a lo largo y a lo ancho de la ciudad.
Aunque el filme dista mucho de estar magistralmente narrado, maneja con asombrosa habilidad los hilos de la trama, la fusión de la ironía y el sentimentalismo, los recuerdos del pasado y el temor al futuro, sobre todo cuando la protagonista empieza a perder la cabeza ante el estupor de sus jóvenes huéspedes.
A pesar de contener momentos de dulzura y sensualidad, como ese baile entre las dos mujeres de diferentes generaciones o ese mismo arranque de ritmo del pequeño senegalés en un mercado nocturno, el filme esta presidido por los fantasmas de la miseria y la fatalidad que cobran la forma de las fuerzas policiales, médicas y del abismo generacional que marca la disparidad entre los conflictos en los que habitan unos y otros personajes, tratando de comunicarse.
Ponti no rehúye los mecanismos del sentimentalismo, pero la entregada interpretación de Loren y su interacción con el joven Mohamed (que se hace llamar Momo) nos dan algunos de los momentos más singulares y arrebatadores de un filme discutible pero lleno de empuje emocional. La cuidada fotografía de interiores (como esa “cueva” donde Rosa se refugiaba del asalto de las tropas nazis) o exteriores (como las vistas del mar de la ciudad) y la música multicultural de Gabriel Yared, acaban por afianzar la solidez de una propuesta no exenta de trucos y coincidencias destinadas a emocionar al espectador, pero que logra, con cierta dignidad e indiscutible soltura, una mirada límpida a los problemas de varias generaciones de excluidos.
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