
Por Eduardo Nabal
La última y posiblemente más original apuesta del discreto realizador George C. Wolfe, salido de la industria hollywoodiense al uso, denota de principio a fin su origen teatral, en este caso una sólida, aunque algo teñida por el clasicismo, pieza teatral del dramaturgo y novelista August Wilson que nos acerca a la figura de una destacada cantante de blues, Ma Raine. Un prodigioso trabajo de la ya madura Viola Davis, con esa mezcla de maneras autoritarias y corazón inseguro de la oronda vocalista.
Llamada aquí, sin mucho tiento, como La madre del blues, la película se apoya sobre todo en dos espacios contrapuestos. Por un lado, el que ocupan los músicos negros varones ensayando y discutiendo, con un impresionante monólogo de Chadwick Boseman como el inestable y hosco Leeve, que recuerda su difícil infancia bajo el racismo sureño y la suerte desgraciada de sus progenitores. Por otro lado, tenemos la llegada espectacular de Ma Rainey que, acompañada de su joven, díscola y sensual amante femenina (encarnada por Dusan Brown), se niega a que se mueva un solo ápice en los planes trazados para la grabación de su disco, haciendo y deshaciendo los planes del dueño del estudio de grabación e incluyendo unas breves palabras de su tímido sobrino antes de comenzar a entonar esa melodía que da título a la película.
Aunque el filme tiene situaciones de comedia satírica y cierto pintoresquismo, deja finalmente un sabor amargo, al mostrarnos, de forma tal vez un tanto evidente, las dificultades por salir adelante de un grupo musical afroamericano -cuyas melodías jalonan el desarrollo del filme- frente al encorsetamiento impoluto de la llamada ‘sociedad blanca’.
Leeve hace una fallida, pero intensa, aproximación sexual a la compañera sentimental de Ma Raine, lo que añade algo de tensión dramática al desarrollo del argumento, que navega en lides de buena literatura, diálogos mordaces y cine contenido.
El realizador sabe darle intensidad a la disposición de los intérpretes en el espacio, pero el material que tiene entre manos no acaba de despegar por una realización ajustada y, en algunos momentos, modélica, pero no excesivamente imaginativa.
Una fina ironía, una mezcla de humor negro y dolor soterrado, una extraña mezcla de cariño y temor por las acciones e interacciones de sus personajes están presentes en Ma Rainey’s Black Botton, un filme que, a pesar de la cuidada fotografía de Andrew Mondsheim y el inspirado guión de Rubén Santiago-Hudson, tiene algo de demodé en su mezcla de denuncia social, comedia de costumbres y drama psicológico con final trágico.
Lo mejor de la producción es cómo el realizador sabe situar a los personajes en los diferentes lugares de ese edificio donde se graba la versión más atrevida de una canción destinada a remover conciencias, en medio de un ambiente a ratos tenso, en otros momentos frívolo y por momentos, al menos en apariencia, descreído en el éxito de la lucha por las libertades. Al menos Scott logra que sea un placer oír los diálogos del original dramático de Wilson puestos en boca de dos grandes intérpretes obsesionados, cada uno a su manera, por el valor simbólico, efímero o no, de la fama y el éxito.
Ma Raine, una figura legendaria en la historia del blues, influyó sobre figuras míticas como Bessie Smith, colaboró también con Louis Armstrong, llegó a ser propietaria de varios teatros y, en algunas de sus canciones, como Prueba conmigo, hace referencia directa al amor y la sexualidad entre mujeres.
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