

Por Eduardo Nabal
Aunque para mí la gran aportación de la novelista de ciencia ficción Joanna Russ al pensamiento feminista sigue siendo, sin duda, su ensayo Cómo acabar con la escritura de las mujeres, donde cuestiona el vigente canon sobre los mitos de la llamada ‘escritura femenina’, la reedición de su mítico libro El hombre hembra nos pone frente a un clásico de la literatura fantástica que en su momento causó bastante controversia y que, hoy en día, se ve como algo maltratada, desde un punto de vista narrativo, por el paso del tiempo.
Publicada en 1970, cuando las lesbianas luchaban por ocupar su propio espacio en el movimiento de mujeres, El hombre hembra es un libro de formato original, donde se mezcla la acción, la reflexión filosófica, el teatro, la poesía y una honda reivindicación de la libertad sexual.
La historia comienza con la existencia cotidiana de Janet Evans en una granja o comunidad femenina llamada Whileaway, en un tiempo en el que los hombres han desaparecido del planeta. No obstante, Joanna Russ, a través de saltos espaciotemporales y de la mirada de otros personajes como Jeanine o Laur, nos conduce a momentos, soñados o reales, en el que las mujeres y los hombres tenían definidos claramente sus roles, labores y espacios en la sociedad estadounidense.
En este sentido, la autora satiriza y desmonta algunos clichés acerca de la feminidad al uso (‘el ama de casa’, ‘la supermujer’, ‘la madre eterna’) o la masculinidad dominante (‘el conquistador’, ‘el ejecutivo agresivo’, ‘el gay en el armario’), sin por ello interrumpir la acción de su relato, donde unas mujeres guardan secretos y otras toman decisiones drásticas, mezclando el humor, la prosa poética y la intrahistoria, una línea narrativa mágica que será retomada por autoras como Jeanette Winterson.
Russ se distancia, tal vez demasiado, de las emociones íntimas de sus personajes, con su mirada mordaz sobre los estereotipos de género, los encuentros casuales y su capacidad para recrear distintas formas de sexualidad y parentesco, sin olvidar que la historia con mayúsculas fue escrita por eruditos varones.
Aunque su novela carece de la furia sociopolítica de los libros de, por ejemplo, Octavia Butler (Parentesco), con su airado trasfondo racial, o de la habilidad de Úrsula K. Leguin (La mano izquierda de la oscuridad), en realidad Russ está continuamente jugando con sus personajes a través del uso del lenguaje, moviéndolos como fichas en el tablero del heteropatriarcado que, de pronto, parece diluirse en las brumas de una utopía llena de paradojas cotidianas.
Si algunas de sus mujeres deciden volver a los roles tradicionales, otras quieren vivir la experiencia de la masculinidad -a pesar de detestar todo lo que ello supone culturalmente- y finalmente la autora, con una prosa culta, amena e incisiva, acaba su historia de encuentros y desengaños con la palabra, tal vez hoy cuestionada, ‘libertad’.
Deja una respuesta