
Por Eduardo Nabal
Con una peculiar mezcla de dureza y lirismo, que forma parte también del carácter de los personajes, Anmonite es la segunda gran apuesta del realizador británico Francis Lee, un filme en el que, como en Tierra de Dios, utiliza tonos ásperos e inspirados para narrarnos la dificultad del amor y la pasión entre dos personas “del mismo sexo”.
Pero Anmonite es también y, sobre todo, la historia de una mujer, un sensacional y matizado trabajo de Kate Winslet dando vida a la paleontóloga autodidacta Mary Anne, que trabajaba en solitario en las agrestes costas inglesas del sur de Lyme.
Huyendo del esteticismo, pero logrando algunas composiciones, que, a través de la luz natural o la relación de los personajes con el paisaje, se impregnan de una mezcla de belleza y brutalidad, Lee nos aproxima, a través de primeros planos, al rostro endurecido de esa mujer y, también, a esos fósiles que desentierra en las arenas de una playa sacudida por la tormenta, la soledad y los cambios climáticos.
El filme, a pesar de estar situado a finales del siglo XIX, elude las composiciones virtuosas o elegantes en favor de una queda y, en algunos momentos, claustrofóbica descripción de la vida de esa infatigable paleontóloga con su anciana madre. Pero algo cambia en la vida bastante fosilizada de la propia Mary cuando recibe la visita de un caballero que admira su labor como investigadora y que aparece acompañado de su mujer, la melancólica Charlotte, que, a instancias de ese experto en la materia, permanecerá unas semanas a orillas del mar y al cuidado de la investigadora, a pesar de las reticencias iniciales de esta.
El sonido bronco de las olas, la luz de las velas, las miradas por la ventana, la caída de la lluvia y el raspado de los materiales hallados en la costa adquieren una gran fuerza expresiva en un filme bellamente fotografiado por Stephane Fontaine, parco pero preciso en sus diálogos y donde esas dos mujeres, aisladas en esa casa junto al mar, comienzan una relación íntima que supone un sutil pero profundo cambio en el mundo interior de ambas.
La película no escatima las escenas de amor y sexualidad entre las dos mujeres (donde la experiencia como actriz de Winslet queda, casi siempre, por encima, de la nada desdeñable caracterización de Saoirse Ronan, como una dama perteneciente a la “buena sociedad” londinense). El autor se permite dar un respiro de optimismo y belleza visual en el momento en que ambas mujeres se redescubren a sí mismas, pero su relación se verá rápidamente truncada cuando Miss Murchison (Ronan) es requerida por su familia en la capital y un coche de caballos aparece a la puerta del refugio donde trabaja la paleontóloga. También se ensombrece el ya de por sí huraño panorama de la costa donde vive Mary Anne con la muerte de su madre y, por supuesto, con la lejanía de esa mujer a la que sigue amando en la distancia.
El realizador huye de los aspavientos narrativos, con una sobriedad admirable, una cuidada composición de los encuadres y una inspirada partitura de fondo del pianista Dustin O´Halloranm, especialmente deslumbrante cuando las dos mujeres acuden en compañía a una “fiesta de sociedad” dada por el doctor de la región. Pero cuando la paleontóloga es requerida por su amada para vivir junto a ella y su marido en un lujoso secretismo, esta huye a sus verdaderas raíces vitales, que siguen siendo la costa, su trabajo como espeleóloga y el contacto visceral con la naturaleza.
En el final del filme ambas mujeres se encuentran en el museo británico frente a esa pieza rescatada por Mary Anne que se encuentra encerrada en una gran vitrina. El cristal las separa simbolizando dos mundos interiores distintos, destinados a seguir senderos diferentes, debido a la hipocresía y la doble moral dominante en la época.
Tal vez menos enérgica y redonda que Tierra de Dios, no obstante Anmonite es un cuidado y valiente ejercicio de reescritura de la Historia, de choque entre lo humano y los elementos extraídos de la naturaleza, de las culturas y las regiones marcadas por sellos sociales retratados por el realizador con suma atención a los pequeños gestos, miradas, sobreentendidos y nimias sorpresas.
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