
Por Eduardo Nabal
Resulta cuando menos curiosa la influencia que ejerció la ingente y mal conocida obra de Oscar Wilde en las diferentes manifestaciones de la literatura española de principios de siglo, desde la crónica periodística hasta la poesía, pasando por la traducción, las reacciones encontradas, la novela y el teatro del momento.
Y ello cuando se hallaba ya preso y era objeto de escarnio, burla y leyenda, yconvertido en una figura ambivalente para generaciones de personas cercanas a una literatura que transgredía las normas de la heterosexualidad obligatoria. El famoso caso ‘Queensberry’ llegó al país de Clarín, Pardo Bazán, Rubén Darío y otros creadores que adoptaron diferentes posiciones no solo frente al ‘escándalo Wilde’, sino también frente a la influencia de su producción literaria, de la comedia de situación, la novela de misterio o la fábula homoerótica y decadentista.
Algunas de sus obras, aparentemente inocuas, pueden llevarse a los escenarios, otras permanecen en el ostracismo y toda su producción creativa se filtra por la prosa de figuras tan dispares como el cubano Jose Martí, o incluso en algunas imágenes deformadas del teatro satírico de Valle-Inclán.
Frente a defensores acérrimos de su obra como la socialista y feminista Margarita Nelken, o la librepensadora Pardo Bazán, encontramos posiciones más ambivalentes como las de Unamuno, los hermanos Machado o Pérez de Ayala. Algunos como Goméz de la Serna no niegan la influencia de Wilde en sus sorprendentes greguerías; el teatro de la época y las tertulias literarias del momento, se ven sacudidas por la influencia de un hombre caído en desgracia en la Inglaterra victoriana y del que se alejaron incluso amigos íntimos como el escritor André Gide en su penoso exilio en París.
En su monumental y documentado ensayo, el periodista y escritor Sergio Costán parece querernos decir que ni la censura, ni los barrotes, pueden frenar la fuerza expresiva, la innovación estilística, ni el legado literario de un anarquista de las formas, de un transgresor de los ‘dogmas’ morales de su tiempo, comparado, entre nosotros, con gente como Baudelaire, Verlaine o incluso Whitman.
Los moralistas del momento quisieron, sin éxito, separar la obra de su autor, olvidar que esas incisivas comedias sociales, que esos breves ensayos incendiarios y que esos desafíos vitales a la moral dominante tuvieron un rostro y una trayectoria, el del ‘amor que nunca se atrevió a decir su nombre’.
Deja una respuesta