
Por Eduardo Nabal
Ya en su monumental ensayo Cuerpos que importan, la filósofa Judith Butler dedica, con ayuda de Sedgwick, un capítulo entero a la problemática del género y los nombres en las novelas de Willa Cather, que nunca se identificó del todo ni como feminista ni como lesbiana. Cather retrato con una prosa fluida y llena de vigor, culta y precisa, los parajes de Nebraska, los pioneros en EE.UU que llegaban de tierras donde se hablan otros idiomas y algunos no sobrevivieron al choque de culturas, como el abuelo de Mi Antonia.
Cather parece sentirse más cómoda cuando el protagonista de su novela es un hombre aunque sus nombres y sus posiciones en la sociedad han llamado mucho la atención: así, en relatos como El caso de Paul, nos presenta a un joven dandi (descrito por Butler como un antihéroe digno de Wilde) que debe huir de la ciudad provinciana donde es señalado por sus compañeros de clase. En Uno de los nuestros se mete en la piel de un granjero que muere finalmente en la Primera Guerra Mundial, descrita con crudeza y fatalismo. En Mi Antonia, el, al principio, tímido Paul, debe enseñar a su idolatrada Antonia y su familia de inmigrantes checos y escandinavos que se resisten a perder lo mejor de sus costumbres.
En las novelas protagonizadas por mujeres, como Una dama extraviada, El canto de la alondra (donde se nota más una cercanía a la escritura de gente como Henry James) escoge el refinamiento y la ambigüedad frente al realismo poético de sus Oh Pioneros o la tristeza que impregna obras donde se mezcla un sutil homoerotismo y una refinada ironía como La casa del profesor, o su wenster atípico, La muerte llama al arzobispo, donde los pastores llevan al extremo su misión de evangelizar a los aborígenes.
Cather parece no posicionarse ideológicamente, pero casi todas sus novelas desprenden una insumisión a los roles de género, así el Claude de Uno de los nuestros rehúye los juegos típicos del colegio y la protagonista de El canto de la Alondra nunca se deja arredrar por sus rivales masculinos.
Mezclando la descripción paisajística, el lirismo, la dureza, la introspección psicológica, los rasgos románticos y una suerte de mirada a la vez dulce y desencantada a esos pueblos y ciudades que retrata, mezclando la crueldad y la nostalgia, Cather ha resultado ser una pionera en la literatura norteamericana dispuesta a no someterse a los dictados de género y raza en la definición de sus personajes.
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