El internauta desnudo: la autoimagen pornográfica en el imaginario yoico

Foto cedida por Ángel Pantoja

Por Paco Vidarte

El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es solo una esencia-superficie sino, él mismo, la proyección de una superficie […] O sea, que el yo deriva en última instancia de sensaciones corporales, principalmente las que parten de la superficie del cuerpo. Cabe considerarlo, entonces, como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo. 

Sigmund Freud, El yo y el ello. 

La Universidad no es un buen sitio para mostrar en público los propios genitales, el culo, las tetas, ni siquiera para andar por los pasillos o en las aulas con ropa que alguna mente enferma pudiera considerar en exceso provocativa, proyectando hacia afuera las impúdicas babas que inundan un interior convulso. La Universidad es un lugar pretendidamente decente, es decir, un lugar donde el cuerpo no tiene lugar. No hay lugar para el cuerpo en la Universidad, a no ser para el propio cuerpo universitario, un cuerpo absolutamente incorpóreo. 

El cuerpo en la Universidad designa un lugar vacío. La enunciación del discurso universitario se realiza desde el no cuerpo, es un verbo desencarnado, angelical. Así las cosas, hablar de pornografía en un contexto universitario no puede pasar de ahí, esto es, de hablar. Hablar sobre ella, rodearla de palabras, vestirla de objeto digno de investigación. La pornografía en la Universidad es todo menos pornográfica. Algo sí conserva empero de esta última: sigue siendo objeto de consumo. Los alumnos consumen lo que los profesores les venden como pornografía académica en este o cualquier otro seminario. Solo que la pornografía seguramente no es «eso», nada pasado por las aulas universitarias es pornografía: la supuesta crudeza de la carne —aunque no hay carne humana que no sea precocinada— ya habrá sido sazonada y churruscada por la verborrea de los especialistas en hacer de todo objeto de enseñanza alimento de la Institución y, de este modo, neutralizarlo, incorporarlo o, lo que es lo mismo, sublimarlo, espiritualizarlo. 

La pornografía no es un metadiscurso sobre el cuerpo, es su puesta en obra. Lo máximo que podré hacer yo hoy aquí es ofrecer «surimi» pornográfico a quienes no les llegue el presupuesto o la psique para realizar su propia puesta en escena pornográfica. La Universidad puede con todo y traer la pornografía a las aulas —si bien no sea más que el nombre— no es más que una nueva traición a lo que se sitúa siempre más allá del discurso universitario y a pesar de todo queremos analizarlo, explicarlo, destriparlo, espectacularizarlo. Afortunadamente la pornografía no exige casi nada de cultura. Y mucho menos un Departamento de Filosofía o Filología detrás. No hay que ser muy listo para construirse un cuerpo pornográfico, una página web porno. Hasta un profesor de Universidad es capaz de hacerlo a poco que se ponga a ello. La pornografía, al menos como yo la entiendo, no tiene por qué ser estetizante, sino excitante. Tampoco hay que disponer de muchos medios para no solo tener contacto con la pornografía, sino para pasar a construirse una imagen pornográfica. Basta tener acceso a Internet y a una webcam o a una cámara digital. Todo esto puede además ser prestado y compartirse entre amigos, no hace falta comprarlo. No seré tan inocente como para pretender que esta declaración de principios y este cuestionamiento del propio lugar desde donde se quiere decir algo sobre lo pornográfico me haga menos ingenuo que al resto, aún así deberíamos implicarnos un poco más en el tema y que cada cual se sitúe como espectador o participante en lo que sigue y que responda sí o no a algunas de estas preguntas: ¿Quién ha chateado alguna vez (para ligar o al menos para decir burradas sobre sexo con alguien anónimo o no tan anónimo al otro lado)? ¿Quién chatea todos los días? ¿Quién entra con regularidad en Internet con fines lúbricos? ¿Quién tiene una página web personal en la que enseñe algo más que su cara de vacaciones en Praga u otro destino hortera? Un poco de autoconciencia universitaria y el saber ver dónde están los propios prejuicios, represiones, deseos será de mucha ayuda para saber si este asunto, «Pornografía y Universidad», no es más que una travesura burguesa, un espectáculo de salón para diletantes, un barniz de patética progresía para la Institución Departamental, una forma agradable y divertida de obtener créditos de libre configuración o una iniciación a lo que puede ser una revolución en la autoimagen de cada uno y en la posibilidad real de hacer pornografía con el propio cuerpo. 

Me interesa indagar hasta qué punto estamos asistiendo al surgimiento de nuevas subjetividades, favorecidas por el acceso a Internet y en qué medida este medio puede influir en la construcción de un sujeto distinto, un sujeto posmoderno, un sujeto aún marginal o, al menos, de un sujeto muy diferente del sujeto racional ilustrado, vestido e incorpóreo del que somos víctimas y herederos directos. Un solo vistazo rápido a las páginas personales de Internet, creadas con el fin de comunicarse, chatear, exhibirse, ligar o simplemente charlar, haciendo hincapié en aquellas que dejan entre- ver un tratamiento del cuerpo y de la autoimagen notablemente distinto al que se promociona en la cultura convencional, nos dejan adivinar que algo está pasando con la imago corporal. Que muchos internautas ya no se conforman ni conforman su autoimagen siguiendo el modelo de la foto-carné: una imagen de sí mismos tan parecida a las vírgenes sevillanas, que solo dejan asomar cara y manos, por los escotes, cuellos, chorreras y puños, que recorta una extraña silueta que identificamos como «cuerpo», pero que produce espanto verla al desnudo, el horror numinoso de ver a nuestra Madre reducida a una cabeza y dos manos pinchadas en una estructura de alambre al modo de la monita de Maslow. 

En el marco de la construcción de otra subjetividad creo que la pornografía tiene o puede tener un lugar destacado. El sujeto ha de ser capaz (no debe) de construirse un cuerpo pornográfico que forme parte de su autoimagen y que rompa con el cuerpo heterocentrado. Se trata del cuerpo como soporte de la identidad y de la materialidad del sujeto: de la materialidad corporal como identidad, de la imagen como único sustento imaginario del yo, en términos psicoanalíticos. No hay más «yo» que la imagen que tenemos de nuestro propio cuerpo alienado en el espejo (o en cualquier otro sopor- te que nos lo devuelva objetivado y unificado): un yo material, carnal, visible, corporal. Y si nos empecinamos en rescatar algo del sujeto cartesiano ilustrado, sea, pero sin olvidar que es cuerpo, imagen y sobre todo cuerpo desnudo. Un cuerpo que (se) mira de otra manera. 

Hay muchas formas de construirse un cuerpo (pornográfico): talleres, vídeo, teatro, fotografía, pero yo voy a centrarme en la construcción del sujeto pornográfico en Internet. No digo que esto ya sea una realidad —que lo es, de modo tal vez minoritario, pero con esas cifras de minorías que asustan a la mayoría—, ni que Internet esté llena de sujetos diferentes del tradicional heredado, sino que es un campo real de posibilidades de ruptura y que, al internauta, Internet le exige otro cuerpo. El cuerpo que navega por la red no es el mismo que el que se movía y aún coletea por el mundo analógico. Hay cuerpos antiguos en la red, cortados por patrones estéticos obsoletos y recortados por una mirada analógica y esencialista, lo mismo que aún quedan sacerdotes y muchísima gente que cree que tenemos alma, que existen los trasmundos y que hay espíritus que viven entre nosotros. También hay gente que vive entre nosotros que nunca ha fotografiado su cuerpo desnudo ni en actitudes explícitamente sexuales, solo o en compañía. Y también hay gente que vive entre nosotros que sí lo ha hecho: el problema es que siempre presuponemos que el otro no ha dado ese paso, o que no es de nuestra incumbencia, o que no era él con quien estuvimos chateando el otro día y dejándonos ver mutuamente por la webcam. Lo mismo que la cría de hombres antes de los seis meses es incapaz de reconocer su imagen en el espejo, muchos de nosotros seríamos incapaces a edades ya talluditas de reconocer nuestro propio cuerpo desnudo en soporte fotográfico o filmado; menos aún adoptando poses de cierta sensualidad. Sencillamente no habría reconocimiento: no sería una experiencia visual adecuada para la identificación de nuestro yo. 

Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen […] El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el hombrecito en ese estadio infans, nos parecerá por lo tanto que manifiesta, en una situación ejemplar, la matriz simbólica en la que el yo [je] se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto.

Lacan, 1971:87

Solo el hecho de navegar por ciertos sitios de la red su- pone ya un forzamiento de los antiguos cuerpos que nunca se fotografiaban/reconocían desnudos; es un sal- to cualitativo, creo, que la autoimagen, la imago yoica, pase a ser pornográfica cada vez en más gente. Esto puede que suene a tremendamente autobiográfico. Evidentemente. Menudo impostor sería si me permitiera hablar de la construcción de un cuerpo pornográfico en tercera persona. Pero esto tampoco es tan escandaloso. Todo el mundo habla de la pornografía en tercera persona, por regla general, de la pornografía de otros, de otros tiempos y de otros lugares. Yo siempre me quedo con las ganas de que dichos sujetos pasen del aséptico discurso sobre la pornografía a la práctica de la porno- grafía con sus propias carnes y hagan de ello objeto de exhibición en una conferencia, en un artículo o en cualquiera de los foros que ofrece el mundo de la cultura. Y que dejen de extrañarse por verse desnudos proyectados en la pared de un aula o en una página web. 

De lo que hay que caer en la cuenta es de que nuestros cuerpos no son cuerpos que se filman, que existieran previamente al hecho de ser filmados o fotografiados, sino que se construyen al filmarse, al instituir prácticas de puesta en escena pornográfica. No se filma un sujeto desnudo: este no es más que su filmación en acto, su performance pornográfica. Interesa Internet porque hace estallar el canon corporal desde lo real, desde la experimentación, es un lugar de experimentación y creación de cuerpos, no de contemplación. Lo más terrible para los padres, no es que sus niños vean otros cuerpos en la red, es que a los dos días de navegar ya hayan colgado el suyo, desnudo, en una página. El giro que permite y hasta fomenta Internet es pasar de ser espectador a actor y participante, de consumidor a productor de pornografía. Es crucial poner de relieve el acceso de una gran masa de individuos a la configuración de su propia subjetividad por medios técnicos y a la construcción autónoma, a la invención, de su propio cuerpo, no recibida desde fuera. Nuestro cuerpo retratado, el que heredamos, no pasa de ser una colección de fotos hechas por la familia o amigos en ceremonias donde normalmente se aparece disfraza- do con vestimentas inusuales, en contextos ritualizados o, en el mejor de los casos, en celebraciones, ocasiones especiales, vacaciones y todo tipo de contextos donde lo que prima es la obligatoriedad de una no mostración del propio cuerpo o, caso de producirse, sin violentar ciertos parámetros de exhibición. 

Frente a la proscripción del cuerpo, el cambio de mirada es fundamental. En las páginas de Internet como las que podemos visitar en gaydar, mensual, bearwww, dudesnude, bakala, etc., se trata de porno- grafía hecha en comunidad, en este caso la «comunidad gay», pornografía hecha desde dentro para los de dentro. La espectacularización del cuerpo va de dentro a afuera. La autoimagen pornográfica es proyectada desde el interior, no es un foco venido desde el exterior a iluminar un cuerpo desnudo y deseado. El sujeto que se muestra parece más bien irradiar la luz desde su interior, proyectándose imaginariamente. Yo deseo, yo me fotografío, yo enseño, yo proyecto mi cuerpo, yo dirijo mis vídeos, mi puesta en escena. No somos gays retratados por un tercero, no somos sujetos descritos, fotografiados, archivados o clasificados que se ofrecen para el consumo. Somos sujetos que se ponen en la web y se presentan a sí mismos como nos da la gana. Lo mismo que uno se arregla y peina por la mañana para salir a la calle y dar determinada imagen, la mirada pornográfica pasa a ser autoimagen y lo que se pone en circulación en la red no son otros cuerpos que los propios, lo que se tiene, no son cuerpos de factoría, no son cuerpos Falcon o Catalina. 

En este proceso me parece ver, quiero ver, o se puede ver quizás en todas estas páginas y en la proliferación mundial de páginas pornográficas personales, el acceso (el deseo, la necesidad, la satisfacción de una demanda que tal vez se desconocía) del sujeto a la tecnología y a la facilidad de fabricarse una autoimagen pornográfica. El éxito monstruoso de estos sitios de Internet demuestra una necesidad en el imaginario yoico, la construcción de un sujeto que incluya la corporalidad al des- nudo, la sexualidad, poder integrar y reconfigurar el sistema sexo-género-cuerpo. Encarnar la identidad en algo más que cara y manos, lo que asoma por el vestido, por cuello y puños. Es el acceso a la construcción del propio cuerpo en primera persona. Lo mismo que los gays y lesbianas tuvieron que acceder a la palabra y arrebatársela a la ciencia y a la moral tradicionales que los escrutaban, en la construcción de ese mismo proceso identitario, que no solo es discursivo, sino imaginario, hay que acceder al uso de la cámara web o digital, al escáner y hacerse un cuerpo en primera persona. To- mad y comed este es mi cuerpo. Es un discurso en pri- mera persona, no una mirada objetivadora, científica, colonial. El anonimato pornográfico paga su precio: quien no se muestra no folla, no se le abren privados, no se chatea con ellos, no participa nunca en una actividad eminentemente comunicativa y discursiva. Paradójica- mente, el chateo pornográfico en Internet deja fuera a los mirones. Se admite el fraude, la falsa identidad, lo que sea, pero no la ausencia de imagen. 

Esta nueva autoimagen porno que comentamos aquí nace eminentemente vinculada a Internet, al chat, a la conversación, al diálogo, a la puesta en discurso del propio deseo y de la propia demanda sexual. No es artística o estetizante en la medida en que sirve a un propósito: ligar; y a otro más: la creación de un cuerpo (deseable) con el que poder identificarse desde parámetros no heterocentrados. La técnica y el cambio en el soporte material tecnológico, su universalización y abaratamiento pueden suponer un cambio más radical aún en la autoimagen de cada individuo. Los autorretratos mediados por Internet y el chat ya no serán — desde luego no lo son— los de Durero o Rembrandt. Son proliferantes y destinados no (exclusivamente) al propio consumo, sino que inmediatamente son publicados en la red. No son fotos pornos que se llevan a revelar pudorosamente. Ni un book de encargo. Una web cam, o una cámara digital, permite sacar en una sesión de un par de horas cientos de instantáneas del propio cuerpo y multiplicar las perspectivas y la mirada sobre cada uno de los rincones, hasta hoy inexplorados, inexperimentados, invisibles para el ojo no digitalizado. Estamos ante la ruptura de la pornografía especular: el cuerpo propio delante del espejo. Y tampoco es un verse desde fuera objetivado, sino verse desde fuera con un ojo propio cibernético, protésico, tan connatural como puedan serlo las lentillas o las gafas. Habría quien diría, algún lector de Donna Haraway, que la nueva autoimagen pornográfica pertenece a una subjetualidad ciborg. Por supuesto. La autoimagen pornográfica es absolutamente tecnológica. Es más, casi se podría decir que la proliferación de la pornografía, de hacerse fotos en bolas con la webcam amenaza con ser la regla general del autorretrato en este mismo presente. Quien no se haya fotografiado los genitales y los haya visto en una pantalla digital corre el riesgo de ver seriamente trastornada su autoimagen. Puede empezar a considerarse un bicho raro. 

Aparte de generalizaciones y predicciones que pue- dan sonar proféticas, pero que a otros oídos y en otros contextos suenan a rancias y a cosa archisabida, sobre lo que quiero detenerme es sobre la extensión del he- cho, que puede parecer banal, de que cada vez son más los individuos que digitalizan su cuerpo desnudo y se ven desnudos en una pantalla, en la de casa, en la del despacho de la facultad o en la de cualquier pantalla con acceso a Internet: basta teclear una dirección para que inmediatamente aparezca en pantalla el propio cuerpo desnudo en una o varias instantáneas y en tan- tas páginas como uno se haya querido abrir y construir, de forma sencillísima, gratis y sin apenas conocimiento tecnológico alguno. Más allá de esto, que ya de por sí me parece una experiencia capaz de transformar nuestra concepción y vivencia de la subjetividad, una vez digitalizado el propio cuerpo en su desnudez, lo más interesante es que corre serios riesgos de acabar siendo visto por otros, de acabar publicado y colgado en la red para ser visto. Esto no es ninguna estupidez. Los contadores de visitas de las páginas personales donde cada cual se muestra como quiere arrojan cifras de visitantes por miles, cientos en una semana si «aquello» ha quedado resultón. Incluso facilitan una estadística pormenorizada de las visitas que ha tenido cada foto, para que podamos suprimir las que peor acogida tuvieron y sustituirlas por otras. Si concedemos, con Lacan, que la identidad del sujeto es una construcción imaginaria, que el yo es un constructo imaginario, hecho de imágenes, tal vez la modificación y evolución de la materialidad técnica de los medios digitales de grabación y reproducción tenga mucho que decir en la evolución del propio concepto de sujeto, del autos, del yo y del lugar que ocupa el cuerpo, el deseo y la sexualidad en la construcción de los sujetos en la era de Internet. Des- de luego, si el estadio del espejo y la formación de la autoimagen no es solo cuestión de los seis a los dieciocho meses, sino que dura toda la vida, el «internauta desnudo» no sufrirá las mismas patologías yoicas que las histéricas del xix, al haberse conformado su identidad a partir de un imaginario tan distinto. El sujeto no es más que su modo de decirse, su modo de ponerse en escena, la persona es su máscara, su fenómeno. Y la desnudez a la que estamos llegando en absoluto es adámica o naturalizada, sino por completo tecnificada, cibernética. Solo la tecnología nos ha devuelto la desnudez universal del cuerpo, claro que digitalizado. 

La dimensión que está adquiriendo el fenómeno es de tal alcance que cada vez que se crea un espacio don- de enseñarse desnudo se colapsa de inmediato, en unos pocos días ya hay cientos de participantes, socios, visitantes, etc. El site inglés de Gaydar ha pasado de tener una sección de España, a dividirlo por comunidades autónomas, a introducir luego ciudades, subdividir las grandes ciudades en diferentes salas y tener que multiplicar la capacidad de cada apartado, ofreciendo ya su versión en lengua castellana. Bakala.org también ha conocido un éxito inaudito en pocos meses. Esto tal vez sea un índice de una necesidad latente que no estaba vehiculada o de una necesidad que no existía pero que ha sido creada por la apertura de ese mismo espacio de mostración. Quien quiera seguir haciéndose la pregunta de por qué la webcam o la cámara digital pasó a los cinco segundos de su comercialización a enfocar pollas en erección y corriéndose worldwide puede hacerlo, pero sería de agradecer que intentase responder más allá de la patología exhibicionista, de la promiscuidad gay, de la secular represión de la sexualidad o de la inmoralidad de la técnica en general. Pero mejor me callo ya y cito a mis lectores gays masculinos en gaydar.co.uk, bakala.org, mensual.com, dudesnude.com, bearwww.com que son los lugares donde yo me exhibo y donde se puede chatear conmigo fácilmente. Al resto les recomiendo una búsqueda rápida, pues desconozco los foros donde puedan chatear y ligar, ya que no soy nada proclive a la observación no participante, ni a las miradas de antropólogo. 

Bibliografía 

Freud, S., «El yo y el ello» en Obras completas, vol. xix, Buenos Aires, Amorrortu, 1992. 

Lacan, J., «El estadio del espejo como formador de la función del yo» en Escritos, Ciudad de México, Siglo xxi, 1971. 

Por una política a caraperro. Placeres textuales para las disidencias sexuales

El artículo aquí reproducido fue publicado por primera vez en 2006 por la Universidad de Cádiz en Géneros extremos/ extremos genéricos: la política cultural del discurso pornográfico. Hoy este texto del eminente filósofo y queridísimo amigo Paco Vidarte aparece compilado con licencia Creative Commmons junto con otros siete más bajo el título Por una política a caraperro. Placeres textuales para disidencias sexuales, merced al buen hacer de Javier Sáez y Fefa Vila con la editorial Traficantes de Sueño.

Todos estos textos se encontraban dispersos en distintas revistas académicas, fanzines y libros colectivos y las compiladoras han estimado pertinente reunirlos en un solo volumen, más de una década después de la muerte del autor, para refrescar nuestra conciencia tras lo que denominan «el armariazo, el control biopolítico del contacto que instaura la COVID». Ofreciéndonos una cartografía singular de las disidencias sexogenéricas durante el cambio de siglo, esta parte de la ingente obra de Paco Vidarte se nos revela como imprescindible para disponer de una lectura políticamente informada del presente.

Descarga aquí Por una política a caraperro

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