Pederastia en la Iglesia: investigación de ciudadanos libres de toda sospecha

Fotograma de la película Gracias a Dios, de François Ozon (2019)

Por Eduardo Nabal y Juan Argelina

Que el asunto de los abusos sexuales cometidos por el clero en el estado español no va a llegar a “mayores” es algo que se ve venir. Como nos dijo el gran cineasta François Ozon en su filme Gracias a Dios, solo por el esfuerzo denodado de algunos supervivientes salen a la luz nombres, circunscripciones, casos aislados…, pero “gracias a su dios” esos “sucesos” prescriben “a tiempo”, o se ocultan, o se enturbian, se ningunean… Bueno, esa Iglesia que condena el aborto, el matrimonio LGTBIQ, los anticonceptivos, el divorcio… sigue haciendo de su capa un sayo, predicando y con el mazo dando. No esperamos gran cosa, por lo menos, al menos que se sepa que esto ha existido y existe aquí y ahora, y un aterrador “silencio de corderos” lo envuelve todo. Determinados gremios, entre los que podríamos incluir a algunas ramas de la medicina, poseen más saber en sus formas de defenderse de cualquier tipo de crítica o cuestionamiento externo, que de aquello que dicen impartir. La Iglesia puede pedir perdón por sus “excesos” o “errores” desde tiempos inquisitoriales, pero en el momento nunca se equivoca, da igual que sea católica, protestante o anglicana: la persecución de brujas y homosexuales, las leyes inquisitoriales, la discriminación de la mujer, la censura, Turing, Wilde, etc., etc. 

La endogamia no es ajena a ningún gremio, pero se refuerza en determinados pilares de un Estado cuando se ve en entredicho su vertiente “feudal” o autoritaria. Así, la condena a un policía por el “asesinato” de un “joven negro” resulta ser “una noticia”, una excepción, y la Iglesia lleva mil años cercando sus muros de contención, filtraciones, pieles de cordero. Pero en el disco duro de las mentes de los que han pasado por “colegios de curas” hay mucha información sin procesar. Muchos se apresurarán a decir que lo que es anticuada es nuestra visión de la institución eclesiástica, rechazando incluso a los “curas de base”. En cierta medida, nadie deja de formar parte del poder que nos sujeta, pero la Iglesia, sus abusos, sus ya chirriantes declaraciones sobre cuestiones como la libertad y conquistas de las mujeres, la justicia social o las llamadas “minorías sexuales”, resultan, de entrada, cansinas, hirientes y extenuantes.

Desde el franquismo, en su apogeo mediático, hasta hoy, esto ha sucedido, de forma más o menos sibilina, y no creemos que con las nuevas investigaciones deje de suceder. La alianza, en campos como la justicia, entre la derecha española, el clero y las altas finanzas, con los consiguientes escándalos políticos, es bien conocida desde mucho antes de la moción de censura contra el PP. La derecha y hasta un sector de la izquierda (con resabios cristianos) dejan que el agua fluya y la roca se empape.

Irlanda, Francia, Inglaterra, Italia, Portugal y ahora España… Parece que todos han tenido su época de investigación, y el resultado ha sido casi siempre similar. Todo queda en agua de borrajas.  En la Irlanda de Colm Toibin, en la Francia de Ozon, en la Italia de los emporios mediáticos, en la Inglaterra con resabios victorianos y gobernantes machistas y ahora en una España algo buñuelesca, se han vivido episodios de abusos sexuales a niños por parte de sacerdotes. Heridas que nunca saldrán a a la luz pública. El silencio de Dios y la complicidad de sus súbditos. El miedo a cuestionar ese lugar de donde viene la salvación, la confesión, la “vida eterna” e incluso un sector de “la historia del arte”. Aquella Iglesia Católica aliada con el franquismo, sigue siendo, en lo sustancial, la misma. Así que nosotros seguimos siendo espectadores. La mala educación, la suya y la nuestra. El informe que se realizó en Francia en 2021 reveló la espeluznante cifra de más de 200.000 niños abusados por el clero desde 1950. España era, hasta ahora, el único país donde no se había iniciado una investigación sobre los abusos a menores en el seno de la Iglesia. Demasiado tarde, la Fiscalía está recopilando las denuncias, el Defensor del Pueblo coordinará la investigación y la Iglesia se someterá a una auditoría, en la que, tras décadas de vergüenza, las víctimas podrán hablar.

Según Miguel Ángel Hurtado, autor de El manual del silencio. La historia de la pederastia en la Iglesia que nadie quiso escuchar, se tendría que aprobar una ley que autorizara la creación de una ‘Comisión de la Verdad’, independiente y con capacidad real para documentar todos los abusos sexuales en las instituciones, además de la necesidad de que estos delitos no prescribieran y de que la Iglesia estuviera obligada a indemnizar a las víctimas en cualquier caso, estableciendo mecanismos para juzgar a los encubridores. 

Cuando se conocieron las conclusiones del informe francés, los obispos se quejaron de persecución política y echaron balones fuera, desviando la atención hacia otros abusos en diferentes sectores como el deporte, llegando a decir que el porcentaje de abusos en la Iglesia llegaba a un ridículo 0,8% del total. Pero ¿cómo podríamos creerlo cuando nunca hubo ni un simple registro público que cuantificara el número de víctimas que habían sufrido pederastia en la Iglesia y la Conferencia Episcopal mantenía en secreto las denuncias recibidas, dando evasivas ante cualquier requerimiento? Este secretismo demuestra que la jerarquía eclesiástica siempre fue renuente a reconocer tales delitos, que llegaron a considerar insignificantes en comparación con otros problemas como el aborto. Y es precisamente esta actitud la que ahora ha sumido a la Iglesia en un escándalo de colosales proporciones: sólo hay que recordar que el propio Papa Benedicto XVI, cuando era presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (heredera de la antigua inquisición), impuso la ley del silencio frente a los cada vez más numerosos casos de pederastia.

En abril de 2010, en su homilía del Viernes Santo, el cardenal Raniero Cantalamessa leyó una carta de un amigo judío que equiparaba el ataque a la Iglesia por su gestión en los escándalos de abusos sexuales a la persecución antisemita. Días después, el predicador de la Casa Pontificia pidió disculpas y esclareció su posición en una entrevista al diario italiano Corriere della Sera. Suponemos que estaría viendo su propio reflejo en el espejo de las críticas al sionismo por su política contra el pueblo palestino. Hay documentos irrefutables que indican que el anterior pontífice, cuando era cardenal Ratzinger, aleccionó a los obispos sobre cómo comportarse ante los casos de pederastia, encubriendo a los delincuentes. Recientemente el sacerdote Luis Rodríguez Patiño, cura de la parroquia de Momán en Lugo, llamó “terroristas” a los obispos por su posición ante los casos de abusos, desentendiéndose o incluso permitiéndolos, denunciando su silencio cómplice. “Nosotros debemos seguir el Evangelio, y es muy claro, por cuanto proclama, que el que haga daño a un niño más le valdría colgarse de una piedra al cuello y tirarse al pozo«, dijo de forma tajante.

A pesar de las buenas palabras, el actual papa Francisco tampoco ha resuelto la cuestión y las cosas siguen como estaban. Sólo intenta un lavado de cara que no engaña a nadie. Tras una reunión internacional con cardenales y obispos de todo el mundo en el Vaticano en la que debía deliberarse sobre este espinoso tema, sus resultados fueron decepcionantes y la impunidad continúa: las explicaciones que se dieron fueron insultantes. Ahora resulta que los curas pederastas se ven tentados por el mismo demonio, cuando no son directamente provocados por esos diablillos de críos que les tientan a pecar. Así, como suena. Nada de psicología, sociología, criminología o simplemente justicia y decencia. La culpa es del diablo y a veces también de ciertos chicos provocadores. Esos curas depravados pueden sentirse seguros. El poder de la Iglesia los mantiene a salvo, con un leve castigo de alejamiento a lo sumo. Nada de ir a prisión y conocer de primera mano los abusos a los que sometían a tantos chavales indefensos. Más que servir a Dios, los curas pederastas parecen estar al servicio del propio Satanás.

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