

Por Eduardo Nabal
Con una vasta herencia cultural y una prosa límpida y fluida, como en casi todas sus novelas, la escritora francesa, de origen marroquí, Leila Slimani nos regala un breve, conciso pero intenso periplo interior, algo que empieza siendo una reflexión sobre la necesidad del aislamiento para poder escribir y se acaba convirtiendo, en mayor o menor medida, en un incómodo espejo donde la autora de la polémica pero exitosa Canción dulce y de la inmensa y autobiográfica El país de los otros, reflexiona, de forma concisa pero inteligente y hasta desafiante, sobre cuestiones como la evolución de la condición femenina en su lugar de origen, el miedo heredado a una libertad que sin embargo la ha llevado hasta París; su formación variopinta, su anticolonialismo, ateísmo y algunas de sus actuales amistades en el mundo de las letras árabes con proyección internacional como sus amigos Fátima Merisi y Abdelá Taia, nombres donde también aparecen las dudas, la paradoja y el desarraigo.
Si en su famosa Canción dulce (ganadora del premio Goncourt) muestra el lado oscuro de la sociedad francesa, en la más amplia y rica El país de los otros muestra las dificultades de una mujer francesa para integrarse en la vida en Marruecos, sus cambios, sus dudas, sus desafíos y su personal fusión con el paisaje.
En El perfume de las flores de la noche esta autora, sensual y poética, siempre atenta a su legado intelectual y a las cadenas de muchas otras mujeres de diferentes ámbitos, se autodefine como un ser en tránsito, entre tiempos, culturas, estilos, trayectorias y formas de vida. Su editora la encierra voluntariamente en un museo para permitirle escribir alejada de las interrupciones de la cotidianeidad, pero ella empieza a desgranar elementos de una identidad quebrada: por la muerte de su padre, la libertad conseguida y la necesidad de expresarse rompiendo moldes preestablecidos.
Una de las autoras jóvenes más prometedoras del panorama francófono atravesado por el mestizaje que, como en su última gran novela, nunca olvida sus raíces geográficas, las fronteras entre lo masculino y lo femenino en las que se crió y observa como la propia Europa se destruye a sí misma, ejemplificándolo en esos vacuos turistas venecianos y en el olvido de la multiplicidad de fuentes de la que bebe tanto nuestra historia como su prosa, donde cita grandes nombres de la literatura universal que la han acompañado en él, no siempre, fácil oficio de escribir, recordando del bloqueo creativo de Tolstoi al escribir Ana Karenina a los apuntes de Virginie Despentes en Teoría King-Kong sobre la violencia contra las mujeres como una “amenaza no escrita”.
Un libro pequeño, aparentemente leve, pero sincero, límpido y valiente, donde la ganadora del premio Concourt nos acerca a complejas reflexiones íntimas o recuerdos familiares y a la voz de una mujer que, hasta su juventud, estuvo condenada a pasar las noches encerrada en casa, explorando los temores que forman parte de su legado personal y político y las brechas que ha abierto dentro de su propia condición de mujer sin pelos en la lengua.
Un conciso pero valiente testimonio sobre el hecho de ser mujer y escritora entre dos universos que parecen contraponerse pero que siempre han cohabitado en ella. Parece que Slimani como, en otro registro, Taia, está contando, casi siempre, lo mismo, pero su evolución interior, pasando de la prosa poética a la narración autobiográfica, la convierten en una de las voces más personales e imprevisibles del panorama contemporáneo.