David Cronenberg: el cuerpo como productor de significantes

Por Eduardo Nabal

Muchas etiquetas han llovido sobre el director candiende, David Cronenberg, de larga y desigual trayectoria, que con este Premio Donosti al menos obtiene parte de reconocimiento de su importancia resignifcativa dentro del llamado cine contemporáneo.

Del gore a la filosofía, de la fotografía en blanco y negro al cine en todo color, Cronenberg comenzó dirigiendo sus propias cintas y produciendo películas de terror de presupuesto escaso pero excelente resultado de taquilla, por su forma de unir elementos nuevos y no tan nuevos: el cuerpo en mutación, la mirada médica, las sexualidades en todas sus formas y un tono que va desde la iluminación a la distopía, llegando a ser etiquetado como “profeta de la nueva carne”.

Al contrario que, por ejemplo, su contemporáneo Lynch, Cronenberg puede ser más o menos sórdido o desacertado, pero se aleja de ocultar en oropeles o luces de neón sus propias limitaciones. Con su filme Cromosoma 3 logró una de las películas más escalofriantes de la década de los ochenta y con Videodrome una redefinición de la delgada frontera que separa las llamadas ‘snuff-movies’ y la nueva mirada del consumidor de cine, en este caso un atormentado James Woods.

Cronenberg ha transitado por el cine de plagas (Rabia), la ciencia-ficción (Existenz) o los remakes de clásicos como La mosca, pero en todas ellas aparece el cuerpo de actores y actrices como perturbadores productores de signos, lugares donde elementos como las heridas, las prótesis, la resignificación de la sexualidad (M. Butterfly) pueden estar observadas de forma más o menos acertada, pero nunca banal, moralizante o acomodaticia. Incluso algunas de sus películas más denostadas, como Crash, basada en la novela de Ballard, no dejan duda de quién se halla tras la cámara, con su fotografía sombría y sus personajes experimentando nuevos límites. Tal vez el filme menos inspirado de un realizador tan perturbador como hipnótico sea Un método peligroso, donde se atiene, en gran medida, a los cánones del filme de época y repliega su imaginería ante un guión de Christopher Hampton, donde se une a Freud, Jung y Sabina Splierman.

El propio Cronenberg siempre ha confesado su interes por las “otras sexualidades” y los cuerpos que se salen de los cánones o entran y salen de ellos, llegando, en un alarde de osadía a adaptar El almuerzo desnudo de Burroughs. Aunque en ocasiones puede decepcionarnos desde un punto de vista de la política sexual (como en ese hombre que solo es capaz de llorar la pérdida de su Madame Butterfly convirtiéndose en ella), también ha creado pequeños cataclismos uniendo el cine de suspense con una nueva visión, mordaz y negrísima, de las formas de vivir la sexualidad, como ocurre en Inseperables, con una pareja de hermanos gemelos que ejercen de ginécologos. 

El tema de la locura, siguiendo una novela de Patrick McGrath aparece en Spider, con un gran trabajo de Ralph Fiennes, donde no faltan ni las resonancias kafkianas ni psiconalíticas. A pesar de sus limitaciones y de su sombría visión del mundo, Cronenberg también ha sabido entrar en el humor grueso, la ironía fina y la autoparodia, como ocurre en filmes como Rabia, Videodrome, o la propia Inseparables, donde el implacable descenso hacia la autodestrucción de los gemelos Martle va unido a comentarios humorísticos y un intento de repensar el cuerpo sexuado.

Su último filme Maps to the stars, a pesar de algunos excesos y lagunas, es una de las visiones más implacalbes y demoledoras del Hollywood contemporáneo, sin abandonar sus fantasmas favoritos: la automutilación, la egolatría de algunos personajes y el deseo sofocado de otros por reiventarse, con un extraño canto a la libertad desde las tripas de un Holllywood degradado, putrefacto y mentiroso, bajo la mirada a la vez cruel y refinada de un canadiense ya universal.

Un realizador que se mueve con corrección e incorrección y una inasible independencia por terrenos como el terror, el ‘thriller psicológico’, la comedia megra y la ciencia ficción distópica, pero que entendió el cuerpo, al contrario que algunas fundamentalistas taradas y caducas, como algo maleable y que se resignifica a sí mismo. A ellas dedico la estrofa final del poema antinazi de Paul Eluard con ell que se cierra Maps to the stars, feroz y negrísima sátira sobre un Hollywood decadente, inmovilista  y codicioso:

En la ausencia sin deseo
en la soledad desnuda
en las escalinatas de la muerte
escribo tu nombre.

En la salud reencontrada
en el riesgo desaparecido
en la esperanza sin recuerdo
escribo tu nombre.

Y por el poder de una palabra
vuelvo a vivir
nací para conocerte
para cantarte
Libertad

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