
Por Eduardo Nabal
Determinadas instituciones que han afianzado la homofobia social como los colegios separados por sexos, los clubes masculinos o femeninos, algunos deportes, las iglesias, los conventos, los ejércitos, las cárceles, también han contribuido a liberar la homoscialidad. Y no pienso que se trate de una cuestión de “ante la ausencia de mujeres” o “todo el rato en un convento”, una cuestión del tópico “desahogo”, sino que determinadas intancias de fijación de la heterosexualidad normativa quedan en suspenso en los, por otro lado, tan funestos espacios.
De esto nos hablan algunas películas recientes como Benediction del gran Terence Davies, sobre los suprvivientes a la llamada ‘Gran Guerra’ y al amor entre gente poetas incomprendidos como George Sansoon y Wilfred Owen, o la austriaca Great freedom, con una referencia demoleadora al tristemente célebre paragrafo número 175, que permitió encarcelas a gays, lesbianas y otros antisociales, antes y después de la llegada del nazimo hasta 1969.
Ambos filmes, o ficciones literarias más próximas como María República, de Gómez Arcos, o Regeneration, de Pat Baker, han puesto en primer término la fuerza por la que se ha movido, y no solo en la anquilosada Inglaterra, el país que encarceló a Turing o Wilde, sino en distintos lugares “el amor que no se atreve a decir su nombre” o “El secreto a voces”.
Existe una visión homófoba, impulsada por algunos sectores de la izquierda más vetusta, que han llegado a identificar cuestiones como el nazismo y los fetiches gays, mientras se morían por un beso de Fidel o un abrazo del Che Guevara, también responsables de masacres homofóbicas en sus respectivos países. Muchos tampoco olvidamos el valor simbólico del origen del matrimonio como contrato económico e institución de control de las mujeres, a pesar de sus muchos lavados de cara. Así lo muestran películas como Coronel Redl, de Istvan Szabó, cuando la homosexualidad se utilizó como arma arrojadiza de descrédito en las luchas de poder.
En el filme de Davies se nos muestra a algunos gays poco solidarios y agrasables que muestran su pertenencia medular a un sistema competitivo y definitivamente masculinista y también patriarcal, donde solo algunos son “tolerados” como ricas y vistosas estrellas, como es el caso de Ivor Novello, protagonista de muchas obras de teatro y de algunas de las primeras grandes películas de Hitchcock.
Es difícil permitir los niveles de homofobia solapada, tolerancia “graciosa” o admiración “ciega” que suscitaron personajes que en su vida privada hicieron sufrir a gays más comprometidos como ese Saason del que nos habla Terence Davies o el singular protagonista de Great freedom, que elige, en parte, volver a la cárcel ante la visión de un espejismo de libertad vigilada en esos bares de encuentro homosexual donde también hay rejas, reales o simbólicas.
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