E. Palencia y J. Petrizzelli: «En Venezuela, los derechos lgtibq han sido traicionados por el priapismo entre lo militar y lo evangélico»

El guionista y el realizador de orígenes venezolanos Elio Palencia y John Petrizzelli, respectivamente.

De José García

El cineasta John Petrizzeli, acompañado del dramaturgo y guionista Elio Palencia, ha comisariado el ciclo de cine ‘Venezuela Diversa’ que se proyecta esta semana en el Casa de Iberoamérica de Cádiz, dentro de la muestra cinematográfica de Alcances. El ciclo consta de tres cintas venezolanas: Cheila, una casa pa’maita, del fallecido director Eduardo Barbenera, con guion del propio Elio Palencia; La Candidata, de Emil Guevara y Ronald Rivas; y Bárbara, dirigida por el propio Petrizzelli.

JOSÉ GARCÍA: Según el Observatorio de Personas Trans Asesinadas, con sede en Viena, Venezuela es el cuarto país de América donde más se ejerce la violencia hacia las personas lgtbiq. Parece que la revolución bolivariana, tan sensible a otras formas de desigualdad, no le ha prestado mucha atención a la violencia y la discriminación que sufren las personas del colectivo.

JOHN PETRIZZELLI: Desgraciadamente, el problema de la violencia en general es muy grande y hacia las personas lgtbiq más aún, porque conocemos muchas personas que están solas y son asesinadas. Esos crímenes no se investigan.Por ejemplo, si un hombre muere en un apartamento, y lo matan en lo que supone un crimen gay, la policía no lo investiga, porque dice «bueno, es un crimen de maricones». Y, luego, contra los trans hay muchísima violencia. Sobre todo sobre los que ejercen la prostitución en la calle. Es increíble la violencia que se ejerce contra estas personas. Muchísimas son asesinadas: por la policía, por clientes o por gente que pasa disparando por la calle. Esta gente, cuando ve un trans, quiere jugar al tiro al blanco. O sea, que la situación está muy mal.

J.G.: De las tres cintas que presentáis en el ciclo, solo una es de 2021 (La Candidata). La otra es de 2017 (Bárbara) y la primera que se exhibe es de 2010 (Cheila). ¿Son complicadas este tipo de producciones cinematográficas en un país como el que estáis describiendo?

J.P.: En el caso de Bárbara fue difícil. Decían: por qué un travesti se cree o termina creyéndose Doña Bárbara, que es el nombre de la novela de Rómulo Gallegos y que en la película es pura metamorfosis. El personaje protagonista empieza a buscar en el personaje de Doña Bárbara su ‘alter ego’. Eso no le gustaba mucho a las autoridades y conseguir dinero no fue fácil. La candidata fue hecha de manera independiente. No es una película a la que le hubieran dado dinero. Es muy difícil tocar el tema lgtibq en el cine con seriedad y respeto. Normalmente se prefieren otros temas. Y cuando se trata este, muchas veces es para ridiculizar al gay, no es un tratamiento digno. No digo que se dé en todos los casos, pero sucede mucho.

ELIO PALENCIA: En el caso de Cheila fue muy particular, porque estaba empezando la fundación Villa del Cine. Cheila se rodó en 2008 y fue producto de una convocatoria de ideas de la Villa del Cine, que es oficialista. Yo metí esta idea, porque Cheila, una casa pa’maita viene de una obra de teatro también mía. Así que yo elaboré el guion, ellos llamaron al director e hicieron una producción bastante atípica. En aquellos años, había muchas personas que teníamos muchas esperanzas por lo que estaba pasando en Venezuela. Y, de hecho, si no hubiera sido la Villa del Cine un ente oficial, un ente privado nunca hubiera puesto dinero para una película como esta. Yo creo que se juntaron dos cosas: una, que la Villa estaba empezando, que había dinero en el país, estaba Chavez vivo y la comunidad lgtibq teníamos muchas esperanzas en que hubiera cambios. Cambios que después no han llegado, porque estamos a la cola desde el punto de vista legal y otros muchos aspectos. Por otro lado, hubo personas que consideraron aquello como una comedia. Cuando el director se reúne conmigo, me dice. «Elio, esto me dijeron que era una comedia. Ellos creen que esto es para reírse y tal». Pero, no, esto es un drama, un dramón. Porque realmente aquí se habla de transfobia. Así es como yo creo que se coló y se hizo la película. De hecho, ese año ganamos todos los premios en el festival nacional. Pero la película no ha tenido salida para afuera. Nunca salió porque es autocrítica, no solo con la sociedad sino también con las autoridades, y eso no gusta mucho. Todas esas esperanzas que teníamos tanto la sociedad en su conjunto como la comunidad lgtibq fueron traicionadas. Son cosas del priapismo entre lo militar y lo evangénlico. Es cierto que se hizo una ley contra la transfobia y tal. Pero se marea mucho la perdiz. Aunque en términos de acción el país está a la cola en toda América Latina.

J.G.: Las tres películas tratan del transgenerismo o el transformismo. En España, a las puertas de una Ley Trans que no termina de llegar, esto sería bastante comprensible. Pero, en Venezuela, ¿también es esto motivo de encendidos debates y de preocupación social?

J.P.: En mi caso, tengo cuatro años fuera de Venezuela. Entonces no te puedo hablar de la situación actual. Pero, creo que en estos momentos, en Venezuela, la gente se preocupa solo por sobrevivir, por comer, por conseguir agua y electricidad. Porque ya no somos un país donde se tenía todos esos servicios y que, no es que fuera rico todo el mundo, porque había hambre y pobreza, pero no a los extremos en que la clase media ahora también es pobre. O sea, ha habido una igualación hacia abajo, la mayoría de la gente solo se preocupa por cómo voy a sobrevivir hoy: qué voy a comer, cómo me voy a bañar, dónde voy a tener luz eléctrica. Todo esto hace que los demás problemas la gente ni los aprecia. En el caso de los trans, su situación es mucho peor. Hay una película que se llama Pasarelas libertadoras, de Argelia Bravo, que fue el primer documental que tocó ese tema y que muestra un submundo horrible, el submundo de las transexuales que viven en condiciones paupérrimas en pensiones de mala muerte; otras viven debajo de un río que cruza la ciudad y que es como una cloaca, y allí viven en cuevas, consumen drogas y están relacionadas con la violencia, el hurto… No es que todo sea siempre así. Pero la realidad en general es así de impactante. Por ejemplo, hace poco, un actor famoso mató a una trans que tuvo una relación con él. Ahora acabo de ver a ese señor de nuevo en una película. Actuando. Libre. Por tanto, allí los trans no son ciudadanos, no son seres humanos, son unas criaturas no humanas y viven una vida muy, muy difícil. Yo hice un documental sobre adultos mayores lgtibiq que se llamaba Tí@s, y era sobre varios viejitos de diferentes clases sociales. Teníamos investigadores que buscaban a los posibles entrevistados, con sus historias de vida. Y casi todos eran adultos mayores hombres, no trans. Un día llegó una persona trans para la entrevista. Era una chica. Y le digo: «mira, pero tú no debes ni tener ni cincuenta años, por qué me estás diciendo que eres una anciana, porque yo trabajo con mayores de setenta. Y me contestó: «No es que esa población trans no existe, puede haber una, porque se salvó, se retiró y se fue a un pueblito y empezó a vivir allí aislada. Pero las que estaban en la ciudad, todas están muertas». O porque las matan, o porque adquieren sida y no hay medicinas para el HIV, o porque están también muy enfermas por un producto que se inyectan para hacerse los senos. Es una silicona que se usa para los coches. Llegué a ver algunas jóvenes con el pecho totalmente podrido. Como dice un estudioso social que habla en Tí@s, si tú eres un mariquito rico, tú eres gay. Si eres un mariquito pobre, eres una mierda. Y si eres una trans pobre, tú no existes, eres una cucaracha. Es una situación muy, muy triste.

E.P.: También hay otra gente, tanto joven como de mi generación, que sí están trabajando desde hace mucho tiempo y aun con las penalidades y la supervivencia del día a día. Hay varias organizaciones sociales que están ahí y lo veo en las redes sociales. Al igual que Jhon, llevo cuatro años en España. Pero lo veo en las redes sociales. Y existen organizaciones como ‘Reflejo de Venezuela’, o ‘Venezuela Igualitaria’, ‘Venus’, que es de trans, otras de lesbianas. Hay una nueva generación que está ahí. Incluso hay organizaciones más oficialistas como la Asociación Socialista Lgtb de Venezuela… Un montó de asociaciones que están allí pujando porque haya una ley de matrimonio igualitario, salen a la calle y hay mucha mayor visibilidad que hace treinta años. Están luchando en buena medida también porque la vida cotidiana es tan dura, que no tienen mucho más que perder. Entonces, por qué si estoy pidiendo para que haya trabajo, para que haya comida, para que haya esperanza, dentro de esas esperanzas cabe también que yo pueda estar con mi pareja del mismo sexo o yo como trans tenga la posibilidad de igualdad con los demás como fue la promesa del gobierno socialista cuando ganó hace veinte años.

J.G.-: Si se pone el foco sobre la cuestión trans, ¿cómo es que hay tan pocos artistas transgénero en la organización del ciclo?

E.P: En el caso de Cheila el director quería que fuera una trans la protagonista y, de hecho, Endry Cardeño ganó el premio a la mejor actriz en el festival de cine nacional. Se trajeron a una colombiana trans, muy buena actriz y ella participa fabulosamente. De todas maneras, yo creo que tu pregunta tiene mucho que ver con la dificultad de la lucha, no solo lgtbiq, sino también de la mujer, de los negros en su momento y tal. Pasa con las lesbianas, por ejemplo. La visibilidad lesbiana hasta hace poco era muy poca, muy poca, muy poca. Entonces, si otros, digamos, desde la heterosexualidad, no entonaban voces para defender la homosexualidad; o desde la blanquitud para la negritud; o desde el hombre sensible para que defendiera a la mujer y colocarla en un lugar de igualdad, nunca habríamos llegado a esto. Lamentablemente el trans está tan abandonado legalmente que difícilmente puede dar la cara. Cuando dan la cara es porque hay que tener ovarios y huevos para eso. Entonces, lo hacen. Como pasó con el movimiento gay también. ¿Quiénes comienzan a luchar, sobre todo aquí? Gente como Ocaña, gente muy mariquita de playa. Y cuando empieza a salir esta gente es cuando empieza a sumarse otra gente. Hay trans que están en el activismo. Pero no es tan fácil encontrar en todos los medios, en este caso, en el cine, personas trans. Aunque en mi película sí las hay.

J. G.: ¿Cuál es el reconocimiento internacional de esta filmografía? Sabemos que Azul y no tan rosa se hizo en su día con el Goya a la mejor película hispana, pero, ¿y el resto?

E. P.: Cheila ganó un premio, pero no internacinonal, porque no la sacaron. Al ser una iniciativa de un ente público, que estaba para producir muchas cosas y había dinero por el petróleo en Venezuela en esa primera época de Chavez, no la sacaron, no la promocionaron, no había un director que saliera adelante por ella, no porque Eduardo Barbenera no quisiera. Sino porque la la película pertenecía a la institución. Y la institución no la mueve. Y de hecho, qué pasa con Azul y no tan rosa, que a su director, Miguel Ferrari, tanto le gustó la película, que hizo lo que tenía que hacer. ¿Qué pasa con Cheila y otras películas? Me centro en el caso de Cheila porque fue en 2008: trata de la transexualidad en una familia popular, no trata de clase media, ni hay hombres guapísimos, ni nada de esto, como suele ser generalmente en el cine gay o lgtb. Pero mi película trata de una mujer en un entorno muy, muy popular. Con una madre que no tiene marido, que tiene varios hijos con distintos hombres, o sea, una mujer trans de bloque, popular. Entonces, claro, esto no vende mucho. Esto es muy difícil que tenga salida.

J.P.: En el caso de La candidata creo que tiene algunos premios en Méjico y Barbara tiene el premio a la mejor película en el Festival de Delhi, en el Festival de Cine rumano, y el Festival de Salerno.

J.G.: Una pregunta más personal, John. ¿Por qué te decidiste por una ‘road movie’ para rodar tu película Bárbara?

J.P.: Porque la película no es exactamente una película queer, aunque hay un personaje muy importante, que es Bárbara. Es más una película de encuentro de personajes marginales, muy diferentes el uno del otro, como el chico que huye con Bárbara. Era una oportunidad para que, durante ese transcurrir por un paisaje maravilloso que son los del llano venezolano yo pudiera aprovechar al paisaje como un personaje y exponer cómo se mimetiza el actor que hace de Bárbara en el paisaje. A medida que llega allí es un ave emplumada, un ave con muchas plumas, muy coloridas, su ropa, su estilo, su ‘flamboyance’, y ve cómo todo eso se va acabando cuando se enfrenta a un paisaje árido, hostil y se mimetiza con ese paisaje. Entonces, hay todo un trabajo de la dirección de arte con el color. Cuando ella llega, el único color que no hay en el llano son los colores de Bárbara: rosado, morado, los colores de su ropa y de sus aretes. Pero, poco a poco, va cambiando. Muestra cómo ese paisaje da la oportunidad para que estas dos personas, que son opuestas: un joven campesino adolescente que no sabe ni siquiera qué es un travesti o un transexual, y Bárbara, que le parece un mamarracho, lleguen a acercarse humanamente, a jugar el cambio de identidades. Como una madre, como un padre, aunque Bárbara también lo quiere ver como un amante, pero el chico no accede. La relación cambia. Ella se da cuenta que no puede y empieza a tratarlo como su hijo, Bárbara es su madre, su padre, su familia. Por eso se usa ese paisaje tan hostil, que permite mostrar esa relación.

J.G.: Para terminar, ¿no creéis que lo L-G-T-B-I-Q es una consideración muy occidental de las identidades sexuales disidentes? ¿también se define así el colectivo en Venezuela?

J.P.: Creo que allí se ha normado mucho eso de LGTB y tal, pero realmente, pienso que eso nos aleja más del resto de las personas. Porque tú te estás poniendo una etiqueta: yo soy LGTB y el otro es UQXRM y el otro L…Y ese es uno de los mayores problemas que tenemos. Yo creo que si todos pudiéramos entendernos, tú eres así, él es así, ella es así, sin tener tantas etiquetas… Claro, que son importante para la búsqueda de la identidad, etc. Como los negros, que empezaron con el término ‘nigger’, que era un término de orgullo. Pero creo que en estos momentos, donde el mundo está tan dividido, tan peleado, donde hay tantas facciones, lo que tenemos que hacer es construir identidades diversas pero sin etiquetas. Es difícil, pero es una aspiración.

E.P.: Pues yo sí comprendo el uso de esas siglas porque es parte de una lucha política. Y se utilizan las mismas allí porque allá nosotros también somos Occidente. Fuimos colonizados por aquello que se llamó la nueva colonización norteamericana. O sea, que somos Occidente, aunque seamos el patio trasero. Pero, evidentemente, sí, hay muchas formas de sexualidad. El objetivo, o la gran meta, es que no haya necesidad de esas etiquetas. Pero mientras no sea así, tanto en el tema de la mujer, como del afroamericano, mientras no haya una igualdad de verdad, y persista un problema de clase, de injusticia en el mundo y tal, yo sí creo que es válido que se utilicen, para identificar. Aunque eso, idealmente, será solo un proceso dentro de la Historia, parte de una revolución. Porque lo ideal sería que no tuviéramos necesidad de etiquetas y que la sexualidad cada uno la pudiera vivir como es. A mí me encanta esto de ver a los jóvenes ahora con el asunto de lo no binario, lo fluido y lo queer, me parece fantástico. Pero, desde América Latina, que cada vez se distancia más y es más patio trasero., se asume todo esto pero de una manera mucho más lenta y más difícil.

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