Pat y las culturas del siglo XX

Getty Images. Fuente: The Times.

Por Eduardo Nabal

Aunque al introducirla en el terreno de la novela negra se obvian algunas de sus novelas de crítica social y profundización psicológica mas perturbadoras (La celda de cristal, El diario de Edith o Gente que llama a la puerta), muchos han sabido ver en la autora que escribió casi a la vez la entonces rompedora Carol y la exitosa Extraños en un tren (llevada al cine por Alfred Hitchcock) una escritora de primer orden.

Sus Diarios y cuadernos, a pesar de su carácter fragmentario, se leen como una suerte de rompecabezas no solo de la vida de la propia autora y de otros autores importantes de su tiempo (de Thomas Wolfe a Chester Himes, pasando por Carson McCullers), sino también de un peculiar obelisco a la cultura universal del tiempo que le tocó vivir (sin ceñirse exclusivamente al mundo anglosajón), de la vivencia libérrima del lesbianismo en un contexto opaco y represivo y de la mezcla de inseguridad y arrojo que desprende la prosa fluida, tersa, mordaz y, en ocasiones, desgarrada de una de las novelistas mas populares de la segunda mitad del siglo XX.

Tal y como nos cuenta en sus diarios, Pat escribió The price of salt, aquí llamada Carol, con seudónimo, pero su pasión por otras mujeres nunca fue un secreto y en sus diarios hace originales disertaciones sobre el lesbianismo, la disidencia sexual y el paso por las consultas de psiquiatras, así como su inapelable empoderamiento. De sus sentimientos, sus fantasmas y también de la gente que vive junto a ella surgen aspectos que quedaran plasmados en los personajes de sus obras, que, por lo general, dan una visión incómoda y nada complaciente de los EEUU en la era McCarthy.

Pat muestra su estupefacción cuando algunos críticos la comparan con Dostoyevski mientras otros la ignoran o ningunean, tiene su propia filosofía detrás de cada personaje y, en sus númerosos viajes y su incansable trabajo como escritora, van surgiendo primero esbozos en forma de relatos y luego personajes de diferente calado que van a dar forma a novelas que no dejan de ser espejo de su tiempo.

Highmisth tiene algunas novelas de carácter homoerótico, como la saga Ripley, o de temática lésbica, como El diario de Edith, aunque encuentra en el mundo del crimen y el suspense, las apariencias y la tensión la balsa en la que mejor se mueve su afilada pluma, que da doble dimensión a sus personales, a las disgresiones sobre su desarrollo, el ambiente de su tiempo, su sexualidad y su situación socioeconómica como mujer bajo un régimen muy delimitado.

Asombrosa la capacidad de la autora para seducir al lector en estos cuadernos y diarios que se leen como una delicada, a ratos arrebatada, llena de paradojas pero valiente y lírica autobiografía, un espejo de mil pedazos de su evolución en su entorno y junto a otros creadores y, sobre todo, creadoras.

La autora vuelca aspectos de algunas de sus parejas femeninas en personajes masculinos y a la inversa, hombres que han jugado un papel significativo en su vida dan los rasgos para algunos de sus complejos personajes femeninos, desafiando los moldes de género. La autora gozó de relativa buena suerte y aún hoy se adaptan algunas de sus novelas a la gran pantalla, pero su inmensa capacidad de trabajo y su capacidad de fundir la escritura y la vida es lo que hacen de estos diarios un testimonio imprescindible.

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