
De José García
La actriz, directora y dramaturga Renata Carvalho (Santos, 1981) participa estos días en el Festival Iberoamericano de Teatro (FIT) de Cádiz con dos piezas: la obra escénica 'Manifiesto Transpofágico', en la que narra y reivindica la historia de un cuerpo travesti, de su cuerpo como (auto)construcción; y la obra fílmica 'Corpo Sua Autobiografía', mediometraje narrado en primera persona que es también un valiente, sincero y poético testimonio en un contexto social y político, Brasil, donde la transfobia y la homofobia no sólo aún tienen lugar si no que parece que ganan terreno. Con ella estuvimos hablando en 'portuñol' momentos antes de la proyección de su película.
JOSÉ GARCÍA: Dice el filósofo Paul Preciado que el ansiado cuerpo normal solo es el efecto de un violento dispositivo de representación, control y producción cultural. El cuerpo travesti, ¿qué lugar ocupa dentro de este dispositivo?
RENATA CARVALHO: En mi película Corpo Sua Autobiografía hago una metáfora con el coronavirus. Paul Preciado se pregunta: ¿quién cuida de la crianza queer? y ello lleva a la pregunta: ¿quién cuida de la crianza travesti?. Paul Preciado y yo investigamos y discutimos las mismas cuestiones: el cuerpo trans, la cuestión del género. Principalmente el cuerpo de las las travestis y las mujeres trans, porque es el más excluido y más marginado. En mi metáfora fílmica yo digo, a propósito del confinamiento por el coronavirus, que mi cuerpo travesti ya está en una situación de aislamiento familiar, social… Las travestis ya sabemos qué es este tipo de confinamiento, ya sabemos que no podemos habitar lugares multitudinarios. Cuando la empresa Sesc me invita para este proyecto cinematográfico de ‘desmontaje’ de mi propio trabajo, yo estaba investigando mi cuerpo travesti. Estudio el cuerpo travesti desde 2007 y en la película ‘desmonto’ todo este trabajo, desde que en 2012 hago Dentro de mí vive otra y después Yo travesti, hasta llegar a mi actual Manifiesto Transpofágico, donde expongo mis investigaciones y hablo de proyectos como MONART, un movimiento nacional de artistas trans, que yo promuevo en 2017.
J.G.: Tu Manifiesto Transpofágico parece apostar por cierta forma de canibalismo, ¿a quién o a quiénes deberíamos devorar?
R.C.: Mis investigaciones comenzaron porque quería saber y entender quién era yo, de dónde vengo, quiénes somos nosotras, las travestis, dónde vivimos nuestra historia, dónde comenzó. Y cuando fui a investigarlo descubrí que no existían libros que contaran esa historia. Estábamos en 2012, cuando me convierto en agente de prevención voluntaria de ITS, HIV, HpB, tuberculosis… En este momento tan importante me vuelvo una militante lgtbiq, sobre todo ligada al movimiento trans y travesti. Impulso entonces ANTRA, la Asociación Nacional de Transexuales, y empiezo a entender mi cuerpo, aunque mis primeros trabajos aparecen ligados a la cuestión de la salud y a mi labor como agente de prevención. Después, como ya era actriz y trabajaba en el teatro, quise averiguar a investigar lo trans en el arte. Y como no había libros sobre ello, pensé: «yo voy a escribir ese libro». Empecé a buscar libros y hoy tengo una colección, Tavesteca, con más de doscientos volúmenes sobre la temática trans. Esto lo expreso a través de un movimiento de representatividad trans, sobre todo en el mundo del arte, y allí comencé a analizar por qué no existían artistas trans, con una carrera continuada, con una permanencia en la disciplina. Como yo, que llevo 26 años en el arte. Porque es muy difícil encontrar en Brasil una artista travesti que tenga una carrera estable en el arte, casi siempre tienen que hacer también otras cosas. Así empiezo con mi Manifiesto de Representatividad Trans, para que los personajes trans sean interpretados por artistas trans y comparto experiencias para hombres cisgénero que interpretan a personajes trans. Actualmente, también trabajo en un artículo científico sobre las narrativas y los estereotipos en torno a las personas trans en el arte con el objetivo de la inclusión, profesionalización, permanencia y representatividad de artistas travestis y trans en los espacios de creación y de actuación. Ahí es dónde me pregunto por qué no existen artistas travestis.
J.G.: Insisto en mi pregunta: Oswald de Andrade, a quien parafraseas con tu performance, comienza su conocido Manifiesto Antropofágico: «Solo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente». ¿Para qué sirve la ‘transpofagia’?
R.C.: Con ello trato de alimentar mi transexualidad. Empiezo a estudiar libros, óperas, películas o un grito.
J.G. También escribiste un Manifiesto de Representatividad Trans. Háblanos de él.
R.C.: Vi que no había representación de las personas trans en el arte y creé este manifiesto. Abriendo una discusión inédita en Brasil: ¿Cuál es es la inclusión, la profesionalización, la permanencia y la representatividad de esas artistas trans o travestis en los espacios de creación e interpretación? Porque nuestro cuerpo no es humano. El cuerpo trans, el cuerpo travesti, no es humano. Es lo que está sucediendo aquí, en España y en Cádiz con la Ley Trans. Las personas cisgénero creen que reconocer los mismos derechos a las personas trans es crear derechos especiales para este colectivo. Pero solo es tratarnos con humanidad, porque hasta ahora no hemos sido consideradas humanas. Con mi manifiesto de representatividad trato de que nuestros cuerpos estén presentes. El arte siempre habló de cuerpos travestis, pero no lo hizo con nosotras. ¿Cuántas artistas travestis conoces? Ninguna. Una prueba de que nosotras no estamos en esos espacios: Y eso es la re-presentatividad. Estar presente con nuestro cuerpo. Cuando mi cuerpo llega a los espacios sociales todo se descoloca.
La primera travesti conocida en Brasil data de 1519. Se llamaba Xica Manicongo. Identificada por el investigador brasileño Luis Mott en unos documentos encontrados en Portugal. Y así, existen mujeres con penes y hombres con vaginas.
J.G.: Además de tu pieza teatral, también nos presentas en el FIT tu mediometraje Corpo Sua Autobiografía. ¿Puede considerarse el cuerpo, en cierta medida, como un texto que se escribe y se reescribe a lo largo de la Historia? Y si así así, ¿Quién escribe el cuerpo de las personas?
R.C.: Aquí hay dos aspectos que se pueden destacar. Por una parte, la travesti verdadera y, por otra, la construcción social, criminal, patológica, moral, religiosa e hipersexualizada de nuestros cuerpos, que establece qué es un cuerpo travesti. Por eso, siempre me digo: mi cuerpo siempre llega antes que yo. Yo soy Renata, soy humana, soy natural, pero acá soy una travesti. Difícilmente van a decir que soy una investigadora, una artista, que escribo. Esta película de mediometraje de la que me hablas se va a desarrollar ahora como un largometraje.Y será otra cosa. Porque ya pasó el tiempo, pasaron otras cosas. Ahora quiero hacer una escena toda llena de posits, con denominaciones que después me iré despegando. En mi película apenas enseño el rostro. Porque independientemente de quien seas o de lo que hagas, yo siempre seré un cuerpo. Un travesti. Y esto condiciona todas mis relaciones sociales. Todas. Incluso en el arte.
J.G.: Desplazar al poder psiquiátrico y poner los tratamientos hormonales y la cirugía al servicio de las personas trans, ¿equivale a afirmar que todo sexo es un producto de diseño biopolítico? ¿Por qué reivindicar el cuerpo como autoconstrucción?
R.C.: Paul Preciado o Judith Butler han hablando de esto mejor que yo. Pero todo es una construcción social. Los sexos, la familia, los géneros, las relaciones interpersonales… Luego hay personas que piensan que las travestis no somos una realidad natural. No somos de Dios. Pero nosotras, las travestis, somos tan naturales como cualquiera. Y aún así somos borradas, silenciadas, encarceladas, nos han prendido fuego. La primera travesti conocida en Brasil data de 1519. Se llamaba Xica Manicongo. Identificada por el investigador brasileño Luis Mott en unos documentos encontrados en Portugal. Y así, existen mujeres con penes y hombres con vaginas. Porque mi existencia no depende de lo que tú piensas.
J.G.: Para ti, ¿qué relación existe entre la transfobia y el colonialismo en tu región, Latinoamérica?
R.G.: El capitalismo precisa de las iglesias para componer su mundo perfecto. Si eres hombre vas a trabajar, si eres mujer estarás en tu casa y cuando llegue la noche tendrás la cena pronto, cuando vayas a una celebración te pondrás elegante y los domingos iremos a la iglesia. Porque el capitalismo necesita a la iglesia para tener a las mujeres sometidas. El capitalismo es un negocio para la iglesia. Con la Ilustración, se desplaza a Dios del centro del universo y comienza lo que se conoce como antropocentrismo. Se desplaza, por tanto, el poder de la iglesia y comienza el del capital. Pero el capitalismo precisaba de la iglesia. Está en la Historia: los coroneles que donaban dinero, la gente que cedía el diez por ciento de su sueldo a la iglesia… De esta manera penetró la transfobia en todo el mundo. América Latina está mucho más avanzada que Europa y España respecto a estos asuntos. Porque Europa necesita cambiar, se cree hermosa, perfecta, el lugar ideal. Mentira. Si fuese así no tendría tantas personas indocumentadas dentro de sus fronteras, gente tan necesitada. Si fuese tan hermosa, no habría tantas personas ahogadas, que huyeron de su país para no pasar hambre.

J.G.:Finalmente, ¿cómo está viviendo la comunidad trans y travestis el gobierno de Bolsonaro en Brasil?
R.C.: Hemos soportado la colonización, luego la dictadura militar, luego la Operación Tarántula, con policías que mataban y torturaban travestis. Entonces nos refugiamos en la montaña. Unas permanecemos. Otras muchas murieron. Ahora siento que el fascismo, el nazismo, el franquismo, está de vuelta a casa en todo el mundo, también en los países europeos. No es algo que ocurra tan solo en Brasil, porque no estamos tan atrasados.
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