Eduardo Nabal y Juan Argelina: «Uno de nuestros propósitos era deconstruir el silencio»

Eduardo Nabal y Juan Argelina nos proponen un "un viaje común, tan apasionante como accidentado, a través de las subculturas que están haciendo desarrollar la herejía queer y repensando la historia de la cultura desde los márgenes que escapan al canon", a través de su última obra conjunta, 'Voces transgresoras. Una memoria queer de la cultura insumisa". El crítico cultural y el profesor e historiador, habituales colaboradores de nuestra revista electrónica, nos cuentan todo sobre este trabajo caleidoscópico de la transgresión sexogenérica en la historia de la literatura y el cine. 

JOSÉ GARCÍA.- ¿Por qué elegir la transgresión sexual y de género como hilo conductor de una obra de crítica cultural?¿La transgresión es punto de transformación o simplemente punto de fuga de un estatus quo que se detesta?

EDUARDO NABAL Y JUAN ARGELINA.- No queríamos hacer únicamente crítica cultural. El fenómeno de la transgresión sexual y de género debía ser el hilo conductor de esa crítica puesto que se trata del cuestionamiento de las normas que han conformado la construcción de ese género y esa misma sexualidad por parte del sistema heteropatriarcal impuesto por el modelo capitalista colonial desde el siglo XVI. No hay que confundir transgresión con revolución, aunque resulta más contundente que la mera provocación. La revolución supone un cambio general y la transgresión es sólo un hecho puntual, no obstante, se pueden rastrear las líneas de fuga a través de las huellas de transgresiones pasadas que siempre acaban siendo desenterradas para usarse de nuevo, pese a todos los intentos por sepultar su memoria e imponer una memoria hegemónica basada en la heteronormatividad binaria como base ideológica del, como diría Wittig, régimen político heterosexual. Es preciso por tanto rebatir su discurso y combatir su poder para silenciar las narrativas históricas transgresoras, que, en la mayoría de los casos, han tomado formas metafóricas de ficción literaria y fílmica. El arte y la literatura han constituido siempre campos de experimentación para la transgresión social, que el poder, cualquiera que este sea, ha tratado de censurar o ridiculizar, suprimiendo su mensaje. Uno de nuestros propósitos es precisamente deconstruir el silencio.

J.G.- Cuando subtituláis el libro ‘Una’ memoria queer de la cultura insumisa, parecéis invocar a la existencia de una genealogía de lo queer en la literatura, pero también en otras artes como el cine, el teatro, la fotografía, etc. Sin embargo, también parecéis admitir que toda historia de lo queer es fragmentaria y que esta es la memoria que ustedes proponéis.

E.N. Y J.A.- Partimos de la idea de lo queer como disidencia contra la hegemonía de la heterosexualidad como “régimen político” y de los dispositivos que impulsan la creación de conductas y formas de vida ligadas a la heteronormatividad y que estigmatizan todo aquello que no conlleve un futuro reproductivo o familiar. Por tanto, lo queer englobaría las formas perversas de vida, “inquietantes” para el sistema, y alejadas de cualquier intento de categorización. Nuestro intento de “reconstruir” su genealogía ha pasado necesariamente por modelar un auténtico puzzle espaciotemporal, en el que ni hay linealidad histórica ni interconexiones geográficas que permitan hablar de una “globalidad” queer antes de la creación de los primeros movimientos LGTBI de finales del siglo XX. Todos los elementos de esta genealogía que se adelantaron, aportando su semilla de subversión, para conformar lo que actualmente conocemos como queer, crean una estructura “rizomática”, sin un orden claro, pero fuertemente interdependientes. Por eso, aunque los ámbitos geográficos propuestos (el no-lugar de las mujeres del siglo XIX, la Norteamérica de la primera mitad del siglo XX, la Italia fascista y de posguerra, el Berlín de entreguerras, la Francia del cambio de siglo, la España de la Guerra Civil y el franquismo, los territorios colonizados y fronterizos) tienen singularidades comunes, sin ser necesariamente coetáneos, aparecen como islas conectadas por puentes por los que circula la disidencia contra un canon académico culpable de censurar hasta prácticamente su anulación física a todos aquellos que por su género, clase, sexo, edad, capacidad u origen étnico, no encajaban con las reglas de la heteronormatividad e intentaban crear modelos alternativos de vida.

J.G.- ¿Cómo habéis procedido a realizar la selección de autores y autoras? En una obra que nos lleva de la Inglaterra isabelina de Cristopher Marlowe a la Francia de los grandes poetas simbolistas y Genet, a la Italia de Pasolini o el exilio del marroquí Abdelá Taia. ¿Sois conscientes de que la obra tiene mucho de caleidoscópica?

E.N. y J.A.- Evidentemente lo es, pero por la misma razón que pretendíamos realizar una genealogía que debía conectar tiempos y espacios aparentemente irregulares, pero con singularidades comunes en su subversión y disidencia frente al canon. Comenzamos con las mujeres porque ellas fueron las primeras marginadas del sistema, y Mary Shelley fue capaz de mostrarnos el espejo de la anormalidad en Frankenstein, abriendo la puerta a la creación de una literatura fantástica femenina que alteraba el canon y los roles de género, y rompiendo la idea de que la creatividad era únicamente masculina, contra el paternalismo machista. Mujeres como Shirley Jackson, Marge Piercy, Octavia Butler o Ursula K. Le Guin, intentan deconstruir los comportamientos culturales que generan prejuicios y exclusión para las personas racializadas, sexualmente divergentes o fuera del canon heteropatriarcal, y nos ofrecen tanto resistencia a sus reglas como imágenes de futuros alternativos o distópicos. Denuncian y eliminan ese no-lugar, sin memoria ni definición clara, al que las mujeres y los excluidos de la heteronorma habían sido relegados. En paralelo se encuentra la obra de las pioneras de la literatura lésbica, que escaparon del tópico de la escritura de y para mujeres, como Mary Maclane, y la de mujeres que claramente se rebelaron contra los roles tradicionales de género, como Willa Cather, Erika Mann o Elena Fortún, por ejemplo, que vivieron una situación histórica muy especial en las primeras décadas del siglo pasado, en lugares convertidos en paraísos artificiales fugaces, que muy pronto serían arrasados por el fascismo, la guerra o la censura institucional. Posteriormente su camino sería continuado por escritoras como Carson McCullers, Harper Lee, Flannery O’Connor, Lillian Hellman o Patricia Highsmith, que ya cuestionaron claramente la masculinidad heterosexual y el heteropatriarcado en ambientes de asfixiante represión. Es una literatura que se sale del canon, como la producida por las constantes provocaciones de Rimbaud y Verlaine, Proust, Genet o Gide y su controversia entre homosexualidad y pederastia. Esto solo en el caso francés. El centro del libro se basa en el análisis de esa literatura en los distintos ámbitos geográficos de los que ya hablamos antes: se trata de un recorrido en el que la historia se piensa de forma centrífuga, nunca lineal, y los personajes que aparecen en ella representan un pasado que se proyecta en el presente. Al insertarlos en la memoria de nuestro presente, ya estamos alterando el discurso histórico oficial.

J.G- En este libro, como tan certeramente apunta Gloria Fortún en su epílogo, se recuperan voces que apenas tuvieron repercusión por los ‘silencios construidos’ en la escena artística en torno a las disidencias sexogenéricas, pero también se ‘revisitan’ otros nombres y otras creaciones que llegaron a formar parte del canon y, sin embargo, nunca fueron leídas con una mirada queer.

E.N. y J. A.- Efectivamente, hay, por una parte, destierros y sexilios, con su correspondiente damnatio memoriae, o silenciamiento y borrado sistemático de vida, obra y existencia institucional, como fue el caso de muchas y muchos expatriados españoles tras la Guerra Civil (las Sinsombrero, o los autores censurados y expulsados de la cultura “oficial” durante la dictadura, como Agustín Gómez-Arcos, Ángel Vázquez o Miguel Espinosa), pero esa misma cultura “oficial”, al tiempo que anula y elimina, también manipula, ensalzando algunas obras y censurando otras dependiendo de su poder transgresor, seleccionando lo que debe ser incluido o excluido del canon académico: Elena Fortún, por ejemplo, siempre ha sido conocida por su personaje de Celia, cuyo cuestionamiento de la realidad que la rodeaba fue hábilmente manipulado por el franquismo, convirtiéndose en tremendamente costumbrista y popular, hasta que sólo recientemente hemos podido recuperar tanto la vertiente lésbica de su obra a través de su autobiografía Oscuro sendero, como la versión de una Celia comprometida e inmersa en las luchas políticas de su tiempo en Celia en la revolución. Podemos decir lo mismo de Tennessee Williams o de Henry James, cuyos personajes complican su existencia en medio de sexualidades reprimidas. La interpretación de sus textos casi nunca se adentra en una lectura queer u homosocial, que a nosotros nos parece imprescindible. Es imprescindible que empecemos a cuestionarnos el origen de nuestros discursos sobre la historia de la literatura y la selección de obras y autores que se nos ha vendido, sobre todo cómo se han moldeado nuestros deseos y gustos de lectura y el interés por determinados estilos y temáticas, para así recuperar, mediante un ejercicio de “arqueología” de la lectura y de la mirada, el control de nuestra propia interpretación y liberarnos, en la medida de lo posible, de la condición de ganado consumidor.

J.G.-Una historia queer de la transgresión en las artes se aproxima bastante a esa idea de la Estética de la Recepción de que la obra literaria no está terminada hasta que no es recepcionada por un público lector, que ineludiblemente pertenece a un colectivo histórico. Es como si hubierais preferido contemplar la obra literaria como hecho sociológico, másalláde un análisis puramente formalista.

E.N. y J.G.- Nuestra “excavación” arqueológica a través de los estratos de la transgresión sexo-genérica en la literatura y el cine no tiene otro objetivo que lograr una interactuación entre pasado y presente, a fin de encontrar mediante este “diálogo” nuevos espacios de posibilidad y transformación que posiblemente no fueran intuidos por sus autores en su origen, pero que para nosotros representan un sustrato imprescindible para pensar en futuras líneas de fuga, ya que,  a nuestro entender, estamos ante el escenario de un cambio revolucionario en el que el viejo paradigma patriarco-colonial ya no puede explicar las formas de vida no binarias. Aún seguimos identificándonos según los patrones creados por la modernidad hetero-colonial de los siglos XVI y XVII, y el nuevo paradigma de nuestra gestión del deseo ha cambiado de tal modo que no hay forma de definirla desde los parámetros que ya venían siendo cuestionados por todos aquellos creadores transgresores que interpretamos en el libro con una “mirada” queer. Nuestra sensibilidad colectiva ha sido tan normativamente fija, tan estructural, durante todo el período de la modernidad, que somos incapaces de vernos los unos a los otros sin atender a las clasificaciones heredadas del binarismo (hombres-mujeres, extranjeros-nacionales, racializados o no, …) y, como decimos en la introducción, “zafarnos de nuestra mochila de miedos y prejuicios”. La teoría queer facilita una nueva lectura de todos esos textos, ya que, hasta ahora, las condiciones de recepción no han sido suficientemente valoradas y se han estudiado de formas muy dispares, sin tener en cuenta a los precursores ni a las voces silenciadas. Además, la globalización reprodujo el escenario colonial con la “diáspora queer”, y los cuerpos no occidentales han seguido siendo considerados inferiores y prescindibles, por lo que la lectura sociológica de las creaciones literarias y cinematográficas del pasado que ya incidían en este aspecto se hace más necesaria que nunca.

J.G.- Durante años, muchos de los autores y obras que mencionáis en Voces Transgresoras han poblado publicaciones digitales como la nuestra en forma de pequeños artículos que han terminado consolidándose en una obra de referencia ineludible para combatir el heterocentrismo del currículum de disciplinas artísticas, como la Literatura Universal, en el sistema educativo español. Algo de satisfacción produce, ¿no?

E.N. y J.A.- Ojalá este libro acabe convirtiéndose una obra de referencia, como dices, para cambiar el modelo heterocentrista del sistema educativo en el conjunto de las humanidades. Nos satisface el resultado sobre todo porque, tras compartir muchas lecturas, visionados, revisiones, impresiones, y navegar por distintos momentos clave desde tiempos lejanos hasta el estallido de Stonewall, cuestionando el etnocentrismo o la colonización cultural, hemos construido, más que un libro, una nave en la que proponemos embarcar a todos los que quieran realizar un viaje común, tan apasionante como accidentado, a través de las subculturas que están haciendo desarrollar la herejía queer y repensando la historia de la cultura desde los márgenes que escapan al canon, con nuevos lenguajes y autorreconocimiento como nuevos “bárbaros”, seres híbridos, habitantes de la frontera y, por tanto, del futuro.

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