Por José García
Quiénes en esta ciudad hablan del urbanismo como algo ajeno a la sexualidad evidencian, sin duda, una gran cortedad de miras en ambas materias. Hoy más nunca, el urbanismo se expresa también a través de la gestión de la sexualidad en el espacio público y cualquier forma de planeamiento urbano que ignore la perspectiva de género y la diversidad sexual será inevitablemente limitada para mejorar la vida de quienes habitamos en ella. Como apunta Albert Arias Sans en sus notas sobre la sesión Espacio Público: políticas urbanas y ciudadanías, celebrada en Barcelona en 2013, “la sexualidad siempre ha estado en las calles. Lo estuvo en sus orígenes y lo esta hoy de forma innegable (…) Sin embargo, cuando pendulamos hacia los laterales de esta supuesta normalidad, nos encontramos con prácticas sexuales que escapan de los brazos del patriarcado y la heteronormatividad. Hablamos de cuerpos raros y de prácticas sexuales transgresoras que desafían la construcción social de la sexualidad amenazando una hegemonía moral y cultural encarnada, situada y distribuida de forma múltiple y heterogénea. Es precisamente esta amenaza la que activa de forma reaccionaria mecanismos de control social –discursivos, legales y materiales- que criminalizan estas prácticas y estos cuerpos”.
Arias recuerda entonces cómo en Barcelona, a las puertas de los Juegos Olímpicos, se pasó de la zona de bares maricas, muy marginales, cerca del puerto, a un Gayexample en pleno corazón de la ciudad, poniendo de relieve el notorio cambio en la importancia que había adquirido la oferta lúdica en la misma, al tiempo que “unos mecanismos de control que se ejercen en el espacio público –redadas policiales, sanciones, etc.- pero también a través de este –p. e. a través del urbanismo preventivo- delimitando fronteras fácticas al derecho a la ciudadanía a través de la legitimidad de las normativas”.
También Gayle Rubin, en su ensayo paradigmático, Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad, en sus apuntes sobre la estratificación sexual del espacio urbano en las grandes ciudades norteamericanas de la década de los ochenta, asegura que “las poblaciones eróticas tienden a nuclearse y a ocupar regularmente un espacio visible. Las iglesias y otras fuerzas anti vicio presionan constantemente a las autoridades locales para que limiten tales áreas, reduzcan su visibilidad o expulsen a sus habitantes de la ciudad”.
Naturalmente, yo no creo que un municipio de 120.000 habitantes, como es Cádiz, pueda organizarse urbanísticamente por analogía a metrópolis como Barcelona o Nueva York, pero ambas aportaciones nos sirven de punto de partida para iniciar una reflexión sobre políticas urbanas y ciudadanía, repensando la noción del espacio a través de los cuerpos y las prácticas y cuestionando la esfera de lo público por los mecanismos de control que se ejercen en el espacio urbano y a través de él.
Así, durante la Transición, estando vigente el delito de Escándalo Público que sustituyó a la ley franquista de Peligrosidad Social, los principales puntos de encuentro del denominado ambiente eran locales como el Mogambo y, después, 20, situado en una calle poco transitada del centro y separado por una doble puerta del exterior, lo que garantizaba ‘discreción’ a su público al tiempo que evitaba molestias de la policía como consecuencia del ruido. Luego abrieron en el extremo último del Paseo Marítimo locales como Puchi, cerrado tras una trifulca que acabó en homicidio. Paralelamente, se fueron abriendo otros puntos de encuentro en el espacio público como la playa de El Chato, ya a las afueras de la ciudad y principal área de cruising de Cádiz y San Fernando durante décadas, mientras los chaperos que buscaban clientes entre los turistas que arribaban al puerto solían pulular por la zona de la Plaza San Juan de Dios, ejerciendo su actividad en el más absoluto sigilo.
Cuando cerraron los bares de Cortadura, el ambiente regresó al centro, en el entorno de la Plaza de España, con locales como El Poniente, el primer bar de estas características que tenía ventanas a la calle. Posteriormente reformado, se convirtió en uno de los grandes depositarios de lo camp y la cultura drag en la ciudad, motivo por lo que su propietario recibió un Premio de Memoria Lgtbiq en 2018 en el Ayuntamiento de Cádiz. Hoy está amenazado de cierre por el vecindario por incumplimiento de la normativa sobre ruidos.
Progresivamente, se crearon nuevos polos de oferta lúdico-comercial en el barrio de El Pópulo y La Punta de San Felipe que sobreviven en la actualidad, cuando el desarrollo de las tecnologías de la comunicación y las chats de contactos han restado relevancia a estos espacios como punto de encuentro y la presencia del colectivo lgtbiq se ha hecho extensiva a espacios públicos de muy diversa naturaleza.
A diferencia de las grandes ciudades, en Cádiz apenas se ha producido una territorialización de las sexualidades periféricas en torno a ninguna oferta de ocio ni a ninguna zona de viviendas, lo cual resulta perfectamente factible en un término municipal de reducidas proporciones, pero la nueva política contra la contaminación acústica en el centro histórico amenaza con reenviar toda esta oferta a posiciones excéntricas. Como en Madrid está sirviendo de pretexto para plantear que se envíe la fiesta del Orgullo a la Casa de Campo.