
Por Eduardo Nabal
El cineasta, narrador y ensayista Pier Paolo Pasolini contó, fruto de su labor periodística y como un reportaje para la revista Successo, su viaje veraniego hacia el sur de Italia, un singular trayecto ahora publicado bajo el título de La larga carretera de arena.
Montado en un Fiat 1100, el narrador, en breves pero, a ratos, hermosos o pintorescos episodios, nos describe su trayecto hacia el sur de Italia, donde descubre los pueblos, playas y senderos más evocadores y sensuales para narrarnos luego, con algo de espíritu de cronista mordaz y antropólogo, su regreso a su punto de partida.
En su recorrido se topa – no sin ráfagas de sarcasmo- con nombres ilustres de la intelectualidad y el mundo del espectáculo de la Italia del momento, pero también con gentes del pueblo, humildes trabajadores, inusitados palacetes y oportunas pensiones donde descansa y reinicia su periplo por un país que a la vez ama y le hace estremecer por su deriva hacia la uniformidad invasora y la frivolidad burguesa.
Pasolini no escribe ninguna obra política, aunque su librillo de viajes, donde no se salta ninguna de las ciudades y pueblos por los que pasó de Ventimiglia hasta Palma y luego más al sur de Sicilia, para terminar regresando por la costa oriental y llegar finalmente hasta Trieste, no está exento de momentos de lucidez y poesía, en los que el joven autor, sin grandes pretensiones, da unas notas de colorido a los chicos de la calle que lo asaltan en Nápoles, a las chicas que se bañan, mezclando ingenuidad y desconfianza, en las playas más alejadas de Sicilia, o a los célebres eruditos que protestan porque Venecia se ha vuelto una ciudad asaltada por turistas alemanes.
Con unos pocos pero certeros rasgos, nos describe el físico y el carácter de los lugareños y también aquellos pueblos o pequeñas ciudades del sur de Italia, incluyendo esa playa de Ostia donde moriría asesinado por un sicario de la derecha italiana, que causan en él una renovada explosión de júbilo al empaparse de la pureza y dulzura.
Ese primitivismo que conservan algunos de sus lugares más recónditos por los que transita, donde el autor se baña y toma el sol, solo o acompañado. Con una pluma más afilada de lo que parece a simple vista, acompañamos a Pasolini por su periplo, a la vez minucioso y desgajado en breves fragmentos, por aquellos lugares de un país que, a la vez que evocarle a los clásicos y traerle lejanos recuerdos, el autor percibe como un organismo vivo, sangrante y en permanente transición.
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