

Por Eduardo Nabal
Es imposible adivinar la siguiente apuesta del iconoclasta y afamado Bruce LaBruce que, salido de las filas del porno gay y el post-porno, ha transitado por su propia visión del mundo, rondando los senderos de la imaginería queer y alternando apuestas tan notables como Gerontophilia y tan irreverentes como la reciente The missandrist. El protagonista de Saint-Narcisse, su último filme, es Dominic (un esforzado e intenso trabajo del seductor Félix Antoine Duval) un joven que cuida de su abuela y está locamente enamorado de su propia imagen, fotografiándose sin parar, deteniéndose en los espejos y los escaparates…
El filme, visualmente uno de los más elegantes y detallistas del canadiense, nos sorprende cuando el taciturno y soñador protagonista masculino descubre unas cartas que lo conducirán a un paraje natural – filmado con una mezcla de pasión y onirismo- donde encontrará a su verdadera madre, que vive con otra mujer y que lo abandonó como consecuencia de un escándalo pueblerino.
La trama, algo folletinesca, pero llevada con ritmo y saludable sentido del humor, nos conduce a lo salvaje y a ese monasterio donde Dominic descubre la existencia de un hermano gemelo, el chico favorito del mandamás de la orden. LaBruce arremete contra la intolerancia, al tiempo que nos obsequia con una cuidada imaginería homoerótica que, en las secuencias que transcurren en el internado religioso, no deja de tener ecos claramente jarmanianos.
El protagonista es impulsivo y las imágenes, con breves “‘lashbacks’ y ‘voces en off’ que lo secundan y acompañan, están caracterizadas por una mezcla de vigor y realismo mágico, en su incursión más cercana a la leyenda, sin abandonar su imaginería fetichista, irreverente y su mirada desafiante a las normas “no escritas”.
Sin descuidar el homoerotismo, la reivindicación de la libertad femenina, la creatividad como impulso vital, LaBruce filma algunos de los paisajes más líricos de su obra, con esos bosques y lagos que sirven de trasfondo a un relato sobre la intolerancia y el despotismo y otra reivindicación de mensaje abierto de una identidad propia, libre, y alejada de los dogmas establecidos. La Bruce mezcla las texturas musicales, sacras y profanas, mezcla lo lírico, lo bizarro y lo barroco y se vale del desafío de los cuerpos y los iconos, femeninos y masculinos, para construir una de sus fábulas más subyugantes.
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