

Por Eduardo Nabal
A pesar de la prosa tersa, dinámica y, en ocasiones, mordaz del joven milanés Jonnathan Bazzi su primer libro, Fiebre– que ha sorprendido ha público y crítica quedando finalista del Premio Strega-, valiente y luminoso, no es, en muchos aspectos, un libro cómodo. Una autobiografía en dos tiempos: el descubrimiento de su seropositividad y sus años “de formación” en Rozzano, un pueblo cercano a Nápoles, donde reina todavía el machismo, la superstición, el atavismo cultural y, en ocasiones, la criminalidad.
Bazzi, que finalmente hace pública su seropositividad, parece decirnos que a pesar de los cambios producidos con el paso de las décadas, las cosas no son tan diferentes como debieran para los niños y adolescentes gays en determinados contextos, ni tampoco lo son para las personas seropositivas, a pesar de los indiscutibles avances en este campo.
El joven Jonathan es criado por sus abuelos, acosado por sus compañeros de clase y se refugia en un mundo de sueños rosáceos, canciones femeninas, lecturas en solitario y salidas esporádicas con grupos de chicas. Su despertar sexual será algo compulsivo en una adolescencia marcada por la división entre estudiar en ese pueblo que lo vió crecer o en la mucho más elitista Universidad de Milán.
El autor, con una gran capacidad para dotar a los personajes de varias caras, utiliza frases cortas, un discurrir astuto en el que se mezclan el pasado y el presente y solo al final vuelve a reunirse con esa madre maltratada por sus parejas masculinas y con ese padre esquivo que, de pronto, enferma de leucemia.
La homofobia y el clasismo en algunas zonas de Italia van a hacer del protagonista un ser algo esquivo, solitario e incapaz de hablar en público. Su manera de enfrentarse a la seropositividad pasa de la indiferencia al decaimiento y un nuevo renacer, cuando comienza a escribir para un blog LGTB.
Fiebre es una novela de iniciación pero dista mucho del conformismo, con miradas poco complacientes sobre un sector de la clase médica, sobre la indiferencia de estos, la pervivencia de las llamadas terapias alternativas y negacionistas y la sofisticación no solo de las formas de comunicación sino también de las formas de ataque y humillación.
Profesor de yoga, ahora visitante asiduo de hospitales, Bazzi consigue una novela llena de fuerza expresiva, donde se mezcla con habilidad la ternura y una visión nada complaciente de determinadas realidades que, en el fondo, no han cambiado tanto. Una lectura agradable, intensa, desazonadora e inteligente por parte de un autor novel acerca de su propia experiencia vital en la Italia de principios del nuevo siglo, sin abandonar esos borrosos recuerdos de cuando, a pesar de las burlas, el rosa era su color favorito y ahora es el color de esa pastilla que debe tomar todos los días a la misma hora.
Amor, sexo, frustración y reencuentro jalonan un libro delicioso pero incisivo en su mirada sobre los contrastes sociales y la resistencia a los cambios en determinadas zonas del llamado “mundo avanzado”.