De Alfred Hitchock a Tom Kalin: Loeb y Leopold, dos asesinos de cine

Imagen de archivo de los criminales Richard Albert Loeb y Nathan Freudenthal Leopold, Jr., procesados en 1924.

Es una de esas historias que no complacen al movimiento LGTBI más comedido, que no promueven la aceptación social, la imagen edulcorada ni los dichosos referentes positivos de una pretendida ‘comunidad’ tan del gusto de los amantes de lo políticamente correcto. Pero recordarla es muy oportuno en estos días de difuntos y muertos vivientes pululando por todas las calles de las ciudades occidentales.

Digo que es muy oportuno porque la última versión cinematográfica de esta historia, Swoon (1993), de Tom Kalin, uno de los grandes gurús del llamado new queer cinema, por fin puede verse, treinta años después, en las plataformas de cine online, incluso doblada al castellano bajo el título de Compulsión. Un remake de La soga (1948), de Alfred Hitchcock, que supera en brillantez, con mucho, a la versión que el maestro del suspense ofreció de la obra de teatro homónima de Patrick Hamilton, basadas todas ellas en un crimen real que tuvo lugar en la ciudad norteamericana de Chicago en 1924 y que acabó con una condena a cadena perpetua de los asesinos confesos, después de que el alegato de la defensa los librara de la pena capital.

La versión cinematográfica de Kalin resulta más fresca que la de Hitchcock porque en 1948 este hubo de soslayar la homosexualidad de los asesinos en La soga, una película alabada por ser el primer largometraje de la historia grabado en plano secuencia (aunque con algunos trucos) y que generó un amplio debate sobre lo que se entiende por una «justicia retributiva» y no «rehabilitadora».

Richard Albert Loeb y Nathan Freudenthal Leopold, Jr. asesinaron al joven Robert «Bobby» Franks por puro entretenimiento, por mostrarse qué se siente con el placer de matar, pero mientras Hitchcock se limita a esbozarnos las motivaciones de dos criminales de clase acomodada que tratan de demostrarse a sí mismos que existe el crimen perfecto, Kalin da una vuelta de tuerca a la historia y nos invita, en una especie de epojé, de suspensión temporal del juicio moral, a contemplar cómo el crimen execrable de un muchacho se convierte en todo un proceso a la naturaleza criminal del ‘cerebro homosexual’, en una época en la que la criminología aspiraba a apropiarse de la sexualidad como objeto de estudio y conocimiento.

Es cierto que la interpretación de James Stewart, Jhon Dall y Farley Granger en La soga resulta realmente soberbia, entre otras muchas virtudes que se pueden destacar de la cinta de Hitchcock. Pero este se limita a sugerir la pulsión homosexual de los protagonistas a través de sus formas afectadas y su apariencia atildada, mientras que la película de Kalin entra de lleno en la estructura homófoba de instituciones como la policía y la judicatura durante el periodo histórico en que tuvieron lugar los crímenes, lo que dota a su versión cinematográfica del asesinato de un calado político del que carece la obra hitchcockiana.

Swoon es una película más para el gusto de los aficionados a lo noir a la hora de contar historias LGTBI y una cinta que no se hubiera podido producir hoy porque nadie se hubiera atrevido a financiarla, como apuntaron los escritores locales de novela negra Fernando Repiso y Alejandro Gago durante su intervención en la última feria del libro celebrada en la ciudad de Cádiz.

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