Vindicación del teatro político de Tenessee Williams

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Por Eduardo Nabal

 

Uno de los grandes lugares comunes de la literatura del siglo pasado es que Arthur Miller (La muerte de un viajante, Panorama desde el puente) era el lado social de la dramaturgia estadounidense, mientras Tennessee Williams representaba un teatro más cercano al melodrama burgués, obsesionado por temas como la homosexualidad, la locura, el alcoholismo etc.

La reedición y traducción de algunas de las primeras obras del autor de Un tranvía llamado deseo, mucho antes de hacerse famoso y conquistar Hollywood, desmontan o al menos cuestionan este esquema. Algunas de sus primeras obras como No sobre ruiseñores o Especie fugitiva se cuentan entre las grandes obras de teatro político de los años treinta, recogiendo temas no solo como la vida carcelaria, sino también introduciendo de forma pionera la rebeldía de corte anarquista en algunos de sus párrafos, con ambientes a la vez sórdidos y poéticos.

No sobre ruiseñores, rescatada del olvido recientemente por Vanesa Redgrave, trata temas como la violencia y la sexualidad en el interior de una prisión inhumana y otras, como Especie fugitiva, introducen ya la figura de ‘el otro’ que queda fuera de las normas y las leyes de la sociedad estadounidense del momento.

Williams no gusta a los machistas. Es cierto que en la última parte de su obra su escritura bajó mucho de forma y pareció adaptarse mal a las nuevas formas del teatro, viviendo de la gloria pasada y las formas anticuadas. Pero en sus obras hay declaraciones políticas de primer orden, además de atrevidos avances en la introducción lenta pero ineludible de la diversidad sexual y el cuestionamiento de la masculinidad dominante y la feminidad estereotipada. Algunos párrafos de Especie fugitiva son de una extraña mezcla de dolor, poesía y reivindicación de los desheredados y estigmatizados en su época, otros de No sobre ruiseñores se adelantan a la suya en su descripción de la homosocialidad en una oscura prisión.

Williams fue más lejos que Miller al penetrar sin temor en la psicología atormentada, fluctuante y contradictoria de sus personajes, mezclando lo trágico y lo irónico, lo dramático y lo poético, cuestionando términos como “normalidad”, “locura” y atacando la “moral del éxito”. Sus hermosas acotaciones lo acercan a gente como nuestro Lorca, que, como el estadounidense, vivió la homofobia de la sociedad de su tiempo. La potencia visual de su teatro hizo que algunas de sus obras más famosas y de mayor éxito en Brodway fueran convertidas en buenas o malas películas del Hollywood del momento, grandes obras o traiciones aburridas.

Pero poco se conoce de la rebeldía de algunas de sus piezas cortas, donde da voz a los desheredados de la Norteamerica profunda, donde narra la decadencia del Sur, los efectos de la gran depresión y nunca cae en esos moralismos o maniqueismos característicos del teatro social de gente como Milller. En su ambivalencia social y sexual, en su reescritura de las voces dominadas y dominantes es donde salta la chispa. Su pesimismo humanista no estaba exento de ramalazos de teatro de combate y denuncia, llegando a cuestionar la clase política, la clase médica, las instituciones educativas y los grandes terratenientes con una pluma mucho más afilada que la de muchos de sus contemporáneos.

El racismo hacia los negros, la situación de la mujer, el desequilibrio psíquico, la prostitución y las relaciones entre personas del mismo sexo aparecían en algunas de sus grandes operas sociales, donde lo dramático y lo lírico conseguían conquistar a diferentes tipos de público. Pero la lectura de sus relatos cortos y sus primeras obras de teatro nos ponen frente a un autor valiente y adelantado a su época.

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